viernes, 15 de enero de 2016

La grasa militante

Por Padre Mariano Oberlín

El Evangelio de la misa de hoy cuenta que un día Jesús estaba curando enfermos y anunciando la Palabra, y vinieron unas personas cargando la camilla de un paralítico para que Él lo sanara. Pero era tanta la grasa que se había juntado en torno a Jesús, que no podían llegar hasta él. Y como suele ocurrir, a grasa, grasa y media, estos militantes de la vida, que no estaban dispuestos a dejar que su amigo se quedara sin aquello que habían venido a buscar, y lejos de tercerizar el servicio de acercarlo a Jesús, se subieron al techo, en el colmo de la grasitud hicieron un hueco en el mismo, y lo bajaron de frente mar ante Jesús. Mientras tanto, los escribas, los farisesos, los que miran la vida por tv apoltronados en sus hermosos sillones de tribunas colisaicas, aquellos para quienes la vida de los militantes, de los que pisan el barro día a día, de los que se comprometen con los que están abandonados en las periferias existenciales, y la vida misma de los descartados en esas periferias, no es más que un circo romano en donde la muerte, real o simbólica, llorada o aplaudida, es el commodity que mejor cotiza... esos, como siempre pasa, desde afuera no hacían más que juzgar y condenar. Es que para ellos la grasa sobra, y hay que eliminarla. En cambio para los pobres con la grasa se hace el chicharron que le da ese gustito especial al pan casero recién horneado, con la grasa se fríen las empanadas que se comparten en comunidad, y hasta la grasita que sobra en el cuerpo es signo de salud, de bien comido, porque los pobres no cotizamos en otra bolsa que no sea la del pan. Porque la mayor aspiración que se nos permite a los pobres es que no nos falte el pan de cada día.
Volviendo a los grasas del Evangelio, está claro que no iban a abandonar la misión que habían emprendido hasta que lograran su objetivo, porque ellos ya habían "resolvido" en sus corazones que acá no sobra nadie.