martes, 23 de agosto de 2011

La Moneda no pone ni un cobre para la educación publica

En el año 2004 se estrenaba Machuca, un fenomenal y sensible relato fílmico de Andres Wood que nos hacía testigos de la antesala del golpe pinochetista. Observábamos la polarización de la sociedad chilena a través de los encuentros y desencuentros de dos adolescentes, Pedro Machuca y Gonzalo Infante, y nos mostraba que no existe “la” adolescencia o juventud sino que el tránsito por ella es distinto si es pobre, sin trabajo, sin vivienda digna o cuando las necesidades básicas están satisfechas o mucho más que ello. Que hay tantas adolescencias como contextos económicos, sociales, culturales y tecnológicos en que ellas se inscriben.

por Gabriel Brener

El film nos propone un experimento escolar, en el que el padre Mc Enroe, director de un colegio privado destinado a familias de clases medias acomodadas incluye en cada aula a un pequeño grupo de chicos provenientes de sectores populares. Se producen situaciones de conflicto y tensión entre los alumnos cuando comienza a convivir lo que es tan diferente entre sí, lo que es desigual. Y aparecen los padres rechazando la voluntad del directivo y reclamando el “orden natural” de las cosas, cada cual a su lugar. Entre otras cuestiones, Machuca nos revela que ningún proceso de inclusión opera por imposición sino que supone un proceso de construcción colectiva. No es fácil juntar lo que estuvo separado tanto tiempo, no se puede hacer confianza de golpe allí donde impera la amenaza.

Cuando un presidente, en medio de las manifestaciones estudiantiles más trascendentes en Chile desde el regreso democrático, afirma que nada es gratis en la vida, aludiendo a la educación, revela, por un lado, el grado de naturalización de la concepción mercantil de la educación como algo “normal” que no puede ser pensado de otro modo. Pero además, cuando este empresario presidente empuña el término gratis siento que lo dispara como sinónimo de público, o de común, afianzando aun mas una idea que naturaliza la distribución desigual de bienes y ventajas como algo natural y punto de partida para que los “ciudadanos libres “puedan competir “en igualdad de condiciones” por su educación haciendo valer sus meritos y esfuerzos individuales. Hace pocos días, el empresario presidente junto a su renunciado ministro Lavín, por efecto de la lucha estudiantil, ofrecían el plan semáforo, un ingenioso método para explicar de manera simple a las familias la repartija de beneficios y castigos con rojo, amarillo, y verde, según los resultados del rendimiento de alumnos y profesores en cada escuela en una prueba diseñada para tal fin (1). Lo que no dice el semáforo es que estos inventos que quieren aparentar “igualación de oportunidades” no son otra cosa que la constatación más descarnada de las desigualdades ya existentes en el plano económico, social y educativo. No hace falta más que mapear el verde y rojo en el territorio y entonces corroborar que no hace más que reproducir estas injusticias.

La devastación neoliberal destruyó los resortes básicos de ciertos niveles de integración social, y sus efectos trágicos no hay que medirlos solo con termómetro económico, sino observar y comprender su dimensión cultural que lejos de ser epidérmica penetró las fibras más intimas de la sociedad.

Hay una diferencia a destacar en las movilizaciones de estos días. Quienes toman los colegios, se multiplican en las calles y están poniendo en jaque a un gobierno nacional, son jóvenes que han nacido en la dictadura pinochetista y se resisten a considerar como natural que la escuela sea un bien de consumo que se compra en el mercado y que la competencia es el mecanismo necesario para hacernos mejores personas, escuelas, padres o sociedades. Se niegan a la idea que la educación es una mercancía o un derecho individual que se adquiere según el bolsillo o pagando el derecho de admisión y permanencia con créditos que condenan de por vida al estudiante y su familia.

El nada es gratis del empresario presidente pertenece a una retórica pedagógica de mercado que enaltece una condición necesaria para ser ciudadano y buen vecino, la pobreza disciplinada, que reconoce y agradece la bendición de la beca y el crédito. Esa que esté dispuesta a correr la carrera con la creencia que está en igualdad de condiciones con el contendiente, creyendo que el mérito es una cualidad aislada, aceptando que la igualdad solo pasa por la línea que se marca en el suelo para empezar esa carrera.

Vuelvo sobre Pedro Machuca y Javier Infante, los muchachos del film chileno, y ya no sospecho sino confirmo que el punto de partida no está solo en la línea que traza alguien para empezar una carrera, sino en las piernas livianas para uno y un ancla de injusticias que tiene que arrastrar el otro.

“Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en esto me ubico yo”(2) decía Salvador Allende en un inolvidable discurso en una universidad mexicana un rato antes del golpe de Pinochet. Parece que la concertación no ha logrado vencer las ataduras mercantiles de la educación, y que estos jóvenes no tienen nada de viejos, desconfían de las reglas de juego dominantes y están dispuestos a dar batalla por un futuro más igualitario. Parece que Allende está caminando en las calles con los estudiantes.

1) Ver http://ciperchile.cl/2011/03/03/las-desigualdades-sociales-que-desnudo-el-controvertido-semaforo-del-mapa-simce
2) Inolvidable testimonio de Salvador Allende .México , diciembre de 1972 http://www.youtube.com/watch?v=CsYKThYdieQ&feature=player_embedded#at=16


Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Ex director de escuela secundaria. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As.