domingo, 25 de septiembre de 2011

Dos mujeres por un mundo mejor

Por Sergio Fernández Novoa

“Mucho pasó desde que fuimos el conejito de indias de las políticas neoliberales”, dijo la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner ante la 66° Asamblea General de la ONU. Y enumeró: reestructuración de la deuda; reducción drástica de la pobreza y la desocupación; tasas de crecimiento económico únicas en el mundo.

Asimismo, la presidenta argentina pidió terminar con una economía que prioriza la timba financiera y reformar a los organismos internacionales de crédito. En la misma línea propuso que en la ONU no existan más los miembros permanentes en el consejo de seguridad.

Se trató de una apuesta a la multilateralidad para construir “un mundo más justo”, que incluya a los derechos soberanos de los argentinos sobre Malvinas y al reconocimiento de los palestinos en el concierto internacional.

Este protagonismo de la Argentina en el escenario mundial es una prueba de las transformaciones que sufrió nuestro país en los últimos ocho años. Y también de que esos cambios adquieren mayor valor con el nuevo tiempo político que vive América Latina.

Argentina abandonó el lugar indigno de las relaciones carnales con los Estados Unidos y las potencias europeas. Se puso de pie. Y lo hizo dando la cara al mundo, poniendo en evidencia a quienes se hacen los distraídos con las injusticias que caracterizan al orden internacional nacido con el fin de la guerra fría.

Nuestro país eligió otro camino. El camino del Sur. La unidad suramericana. Volver a mirar a nuestros hermanos del continente, partiendo de todo lo que tenemos en común: una historia y una cultura con la misma matriz, la cooperación y el trabajo conjunto para el bienestar de los pueblos.

Por todo esto es que las palabras de Cristina pueden leerse en similar línea argumental con lo que poco antes había dicho esa otra mujer, la primera en inaugurar las sesiones de una Asamblea General de la ONU: la Presidenta de Brasil Dilma Rousseff. Incluso, salvando las particularidades de cada Nación, podrían haber intercambiado los discursos y nadie lo hubiera notado.

Dilma subrayó que los problemas que afectan a la humanidad no se solucionarán sin erradicar la pobreza. Tampoco si no se democratiza esa suerte de gobierno mundial que es el Consejo de Seguridad de la ONU, donde cinco naciones (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China) deciden por casi doscientas.

En sintonía con lo planteado por la Argentina en ese ámbito cuando Néstor Kirchner era presidente, la mandataria brasileña también rechazó la violencia unilateral para solucionar los conflictos. Coherente con sus dichos, reiteró el reconocimiento del Estado de Palestina y reclamó que se lo acepte como miembro pleno del organismo.

Por último, marcó un camino en el terreno económico-social. Veintisiete millones de personas dejaron de ser pobres en Brasil en los últimos años gracias a la acción activa del Estado, cuyas políticas tomaron por otro camino que aquel que hoy hunde en una crisis interminable a Europa y los Estados Unidos.

En este contexto pueden parecer una anécdota menor los vaivenes de la política doméstica, si no fuera porque de sus resultados y validaciones depende nuestro futuro.

El rol gravitante de la Argentina en la esfera internacional acentúa, por contraste, la pobreza política e intelectual en que está sumida la oposición. Su mirada corta. La ausencia de un proyecto estratégico.

La distancia con lo que pasa a su alrededor es tal, que la inmensa mayoría de los ciudadanos se aleja cada vez más de sus candidatos. Es que aún aquellos que no pueden disimular coincidencias con las políticas nacionales, son víctimas de su propio laberinto. Entraron y ahora no saben ni quieren salir.

El laberinto consiste en pensar que la realidad no va más allá de la tapa de los diarios. Como consecuencia de esta lógica, los principales candidatos opositores buscan “poner” un título en Clarín o La Nación en lugar de debatir con “la gente” a la que tanto invocan al hablar de trabajo, distribución del ingreso o vivienda.

Por este camino, sólo quedan el ridículo y la indiferencia de las mayorías ¿Qué otra cosa puede provocar la sesión secreta con Sergio Shoklender en el Congreso? ¿Qué simpatía pueden despertar en la población quienes convierten al victimario en víctima? ¿Quién puede tomar en serio a candidatos cuya plataforma electoral no son propuestas sino operaciones de prensa cada día más burdas y elementales?

Mientras la oposición evita responderse estas preguntas, dos mujeres curtidas en el dolor y el compromiso nos invitan a soñar. Saben que no serán el título principal del diario de mañana. Se “conforman” con mucho menos. Simplemente, con hacer del mundo un lugar mejor.

Fuente: Diario Registrado