jueves, 27 de octubre de 2011

El loco que cambio la historia

El ex presidente Néstor Kichner solía decirle a Cristina, su compañera de vida y militancia, que no se preocupara demasiado por las tapas de los grandes diarios, porque tarde o temprano se impondría la realidad.

No vivió para verlo porque sólo le tocó ganar una elección presidencial con menor porcentaje que el del desempleo y luego poner el cuerpo como candidato a diputado nacional por la Provincia de Buenos Aires en medio del impacto de la crisis internacional que se comía en 2009 los puestos de trabajo conseguidos desde 2003. Por Alberto Dearriba

Pero el domingo ocurrió lo que pronosticaba.

Su último aporte a que emergiera la realidad invisibilizada por los grandes medios fueron precisamente sus exequias, cuando el pueblo kirchnerista se reconoció en las calles.

En medio del tremendo impacto emocional que produjo su muerte, sus seguidores se vieron en las calles, se tocaron, se consolaron y constataron -codo a codo- sus sospechas de que por debajo del ruido mediático, existía otra Argentina.

Se tranquilizaron al pensar que no les fallaba el sentido común, sino que eran muchos los que pensaban que ese flaco santacruceño, desgarbado e informal, había cambiado el sentido de la historia.

Tras 25 años de decadencia, había logrado recuperar las mejores tradiciones peronistas. Pero por ese destino trágico que persigue a los líderes argentinos se había muerto cuando más se lo necesitaba. ¿Conseguiría su compañera continuar por el camino trazado? Apenas llegó a la Casa Rosada por un acaso de la historia a la cual no es ajeno el estallido político, institucional y social del 2001, avisó que no dejaría sus convicciones en la puerta.

Le hablaba a una sociedad harta de promesas incumplidas, herida de frustraciones y en la que la palabra política estaba absolutamente devaluada. Pocos le creyeron, pero de a poco comenzó a demostrar que esta vez la cosa iba en serio.

Primero barrió la cúpula de las fuerzas armadas de un modo que sólo reconocía como antecedente el gobierno de Héctor J. Cámpora en 1973, tras una dictadura militar Y después vino ese tremendo gesto que los argentinos de bien no olvidarán mientras vivan, cuando le ordenó al jefe del Ejército que bajara los cuadros de los dictadores de un muro del Colegio Militar.

Las Madres de Plaza de Mayo aparecían en los actos oficiales junto al presidente de la Nación. Profesionales setentistas que nunca se quebraron dejaron de tener prontuario para pasar a tener curriculum. Kirchner le abrió las puertas a fogosos militantes de otrora, ex presos y exiliados políticos.

Desde la Rosada, un presidente impensado disparaba un discurso diametralmente opuesto a la cantinela resignada que los argentinos escucharon desde el shock económico brutal de Celestino Rodrigo, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón. El gobierno no trasmitía resignación y sumisión, sino voluntad de transformar.

Tras el pago al FMI, los medios abandonaron un tema que regía opresivamente la vida de los argentinos: la deuda externa. El tema pasó prácticamente a la historia. Se habían derramado barriles de tinta y millares de horas en los medios electrónicos para recordarle a los gobiernos democráticos que debían cumplir con las indicaciones de los organismos financieros o sobrevendría el caos.

Pero Kirchner ejecutaba una receta opuesta y el cataclismo no se producía. Por el contrario el país crecía a tasas inéditas y ofrecía empleo. La política manejaba la economía, ya no era sometida por las sagradas leyes del mercado.

Las palabras ajuste, achicamiento, recorte, fueron reemplazadas por crecimiento, consumo, empleo y superávit. Las chucherías importadas iban desapareciendo de las vidrieras y se reabrían pequeños talleres que quebraron con el suicidio del uno a uno.

Ahora se exportaban escobas desde un pueblo resucitado. El gobierno ya no endiosaba al mercado, sino que reivindicaba al estado. Quienes habían resistido las privatizaciones acusados de nostálgicos del 45 comenzaron a pensar que no estaban locos.

Kirchner habilitaba discusiones acalladas, dormidas o invisibilizadas. Se podía pensar de otro modo sin ser acusado de loco. Después de todo, se coincidía con el Presidente de la Nación.

Aunque ¿no estaría loco también el jefe de Estado?.

La Argentina de Kirchner trocó las relaciones promiscuas con los Estados Unidos por un vínculo más digno. El santacruceño no batió el parche de la Patria Grande, sino que lo cultivó. Cuando asumió, Fidel Castro se paseó por Buenos Aires como Pancho por su casa, ante el horror de la derecha y la sorpresa de la izquierda.

Sus mejores amigos fueron Lula, Evo y Hugo Chavez. Juntos frenaron a George Bush en Mar del Plata, cuando venía a imponer el libre comercio para toda América latina. El mandatario del país más poderoso del mundo se fue derrotado.

El domingo pasado fue el gran ausente. El gran hacedor del triunfo de sus ideas, no estaba presente físicamente. Pero a un año de su muerte, está claro que fue el gran hacedor de la victoria y que la historia le guarda una página de oro.

Fuente: Parlamento Web