martes, 27 de diciembre de 2011

El ocaso del pesimismo “bobo”

Por Orlando Barone

El optimismo suele ser considerado ingenuo o candoroso; el pesimismo, en cambio, siempre presume ser sagaz e inteligente. El pesimista alienta los futuros desastres y caídas, especulando con la obviedad de que no hay alegría ni felicidad permanente. Como si eso no lo supiera desde el que se va de vacaciones a un paraíso hasta el que se ganó la lotería. El optimista, en cambio, piensa que siempre que llovió, paró, y que la vida es bella.

En la Argentina ambas tendencias se enfrentan con enconados argumentos. El optimista desea enamorarse el pesimista no: total todo se termina. El optimista confía en el Gobierno; el pesimista le desconfía aún si la realidad le prueba lo infundado de su sospecha.

El que confía corre un gran riesgo: el de ser decepcionado; y la historia es abundante en decepciones. Pero el que desconfía se arriesga más que aquél: a negarse a gozar – aún gozando- de los beneficios de épocas de goce. Porque su cara de asco lo persigue aunque la suerte lo acaricie.

En cualquiera de los dos casos-optimismo y pesimismo- se cometen desatinos e idioteces.

Se puede decir “Estamos condenados al éxito” o decir que seremos premiados con el fracaso. Depende de la credibilidad del anunciante, del lugar y del contexto histórico. También se puede decir con alegría “¡Minga!”, y al Consenso de Washington y al FMI cerrarles el grifo.

Un líder político, del género que sea, es como era un navegante en el mundo antiguo: estaban el optimismo de Ulyses y el de Cristóbal Colón, a toda vela. O el pesimismo de los “sabios” de esos tiempos que consideraban a la Odisea, y al viaje a América, aventuras sin destino.

En su obra “Cándido”, Voltaire nos dice que “Este es el mejor de los mundos posibles”; el griego cirenaico Hegesias, llamado “el abogado de la muerte” sostuvo hace 2.300 años que “en la vida los dolores superan a los placeres y la felicidad es inalcanzable”. Schopenhauser, y también el antiguo budismo, coinciden: “Toda vida es, en general, mal o dolor”. Hay demasiados economistas- y últimamente periodistas- abonados a esta escuela.

Se sabe que el rey Tolomeo hizo responsable Hegesias de incitación al suicidio de muchos ciudadanos griegos y lo mandó al destierro. No sé si fue verdad ni si se lo merecía. Aquí no le pasó lo mismo a Elisa Carrió, ya que pesar de su inveterada invocación al Apocalipsis, se la considera inocua y hasta divertida. Esa – la de divertirse con las profecías pesimistas- es una conquista del optimismo argentino de estos tiempos. Tampoco a la Oposición “A” del año pasado, y ahora devenida en oposición “ sub a” sin humildad reconocida, le ha servido el Apocalipsis que tanto viene deseando con denuedo.

Convidada a la fiesta sigue deseando que se agüe por que siente aversión por la alegría de tantos invitados optimistas.

En tanto está por verse si los “indignados” del mundo en bancarrota son indignados pesimistas u optimistas. No es lo mismo: porque los primeros no tendrían esperanza, mientras los segundos serían capaces de encontrar la forma de encauzar la indignación y salir del pesimismo. Los argentinos conseguimos esto último. Cansados de adoptar el pesimismo para sentirnos hipotéticamente inteligentes mientras los mercaderes del pesimismo usufructuaban de nuestro desánimo, nos desquitamos ahora asumiendo el optimismo político. Y no somos ingenuos. Si hoy se votan leyes nuevas y estas hacen trepidar a quienes no las quisieron votar y se desconsuelan damnificados altamente, será porque benefician altamente a la mayoría que eligió este camino. Les llaman con malicia y angurria “Leyes de control”. Y sí, porque controlan democráticamente a los que estuvieron monopolizando el control en perjuicio de la mayoría.

No sé si éste- el nuestro- es el “mejor de los países posibles”. No somos conformistas. El optimismo no pone límites y no se descarta aspirar a serlo.

Por todo esto crucemos el Año Nuevo argentino echando al sumidero aquel pesimismo “bobo” y resignado. Pero sin descuidar el ejercicio crítico, aunque con sumo cuidado político, para evitar ofrecérselo en bandeja mediática a los enemigos. . Chesterton es claro cuando dice: “El optimista cree en los demás; el pesimista sólo cree en sí mismo”. Ese “creer en los demás” hace la diferencia entre la individualidad egoísta y el generoso colectivo.

Por todo esto brindemos por el optimismo “inteligente”.

Fuente: Diario Registrado