
Era obvio que aquí, como reacción “natural” a su pulsión reaccionaria, y reacias a ningún revisionismo que las desenmascare, las viejas historias conspirativas la han estado rebautizando “Anti OEA” con malicia cipaya. Y en lugar de “bienvenirla” la sospechan. No Importa. Porque la “Celac” es como una inesperada estación del largo y siempre inconcluso camino a la utopía. A la que Eduardo Galeano resume tan poéticamente al decirnos que está en el horizonte y que a medida que uno se acerca, se aleja. Pero que precisamente sirve para eso: para caminar. Esta de hoy es la parte de esa utopía que de pronto nos produce el efecto de que puede alcanzarse. Inspira a caminar y a apurarse. Es la utopía cantada por la historia clandestina, por las canciones de protesta y por las consignas sublevadas y habitualmente traicionadas por resultados opuestos, y fatalmente cargada de derrotas, de exiliados y de muertos. La que entre tantos declives y pendientes hacia abajo parecía haber mutado su resistencia en desencanto latinoamericano crónico.
¿Qué milagro geopolítico está sucediendo, para que desde aquella desencantada aventura, limitada a la literatura, la teoría y el rapto marginal e interrupto, ahora la utopía se institucionalice y legitime en democracia y en paz? La Celac no es un espejismo. Es uno de esos pasos que Galeano dice que se acercan. Tomemos nota de que somos contemporáneos testigos y que si nos distraemos nos perdemos su goce.
De allí lo fantástico de este abrazo que abraza desde Malvinas al Caribe, y a Cuba, a la que acompaña y ampara de su solitaria soledad. Abrazo que entremezcla diversas realidades, distintos liderazgos y hasta ideologías antagónicas.
Desde Tomás Moro, su inventor, incluyendo la versión de Platón, la Utopía -esa ilusión inalcanzable- se aplica a todo ideal político o social de realización imposible.
¡Cosas veredes! argentinos. No la de alcanzar la mítica utopía inalcanzable ( no hay que exagerar) pero sí la de caminar hacia ella sonriendo. Miren, si no, esa fotografía de profundo simbolismo, en la que un Chávez ocurrente olvidado del cáncer que lo muele hace matar de risas a Cristina y a Dilma.
Por Orlando Barone
Fuente: Diario Registrado