martes, 3 de enero de 2012

Celebrar la vida

Por Vicente Battista

El 12 de octubre de 1936, durante la apertura del año académico de la Universidad de Salamanca, el profesor Francisco Maldonado de Guevara y Andrés, pronunció un discurso cargado de odio y rencor. Sus destinatarios eran los españoles que adherían al bando republicano. Miguel de Unamuno, rector de la Universidad, respondió al exabrupto del profesor Maldonado. “Vencer no es convencer —dijo—, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión”. Al general falangista José Millán-Astray no le agradaron esas palabras. Bramó “¡Muera la inteligencia!”; levantó su brazo derecho y con acento patibulario gritó: “¡Viva la muerte!”. Dieciséis años más tarde, en una calle de Buenos Aires, alguien con idéntica impronta mojaba una brocha gorda en un tarro de pintura negra y sobre una pared anónima escribía: “¡Viva el cáncer!”

Con su grito, Millán-Astray celebraba el triunfo fascista, vale decir: la muerte de la libertad y de la democracia. Con su pintura, aquel deplorable desconocido celebraba la muerte de Eva Perón, vale decir: la muerte de una mujer que se había convertido en el símbolo de los desposeídos.

En 1952 cáncer era palabra prohibida, para nombrarlo se acudía a eufemismos del tipo “enfermedad incurable” o a imágenes inexplicables como: “tiene la papa”. A mediados del siglo XX decir cáncer era decir muerte. De aquel graffiti estampado sobre la pared de una calle porteña han pasado más de cincuenta años. Hoy esa palabra, todas las palabras, se han liberado. Ahora llamamos a las cosas por su nombre y no le tenemos miedo a ese nombre. El cáncer ya no precisa de metáforas o de eufemismos.

Ni bien se hizo público que padecía un carcinoma papilar en las glándulas tiroides, Cristina Fernández de Kirchner puso de inmediato las cosas en su sitio e incluso se permitió bromear con su enfermedad. Dijo que la biología enseña derecho constitucional con mayor certeza que los jurisconsultos (¿qué hubiera sucedido si el mal se descubría con Cleto Cobos ejerciendo la vicepresidencia?), se refirió a los actuales presidentes latinoamericanos que lo padecen o lo han padecido y dijo que le pelearía a Chávez la presidencia del imaginario congreso de los que vencieron al cáncer.

Chávez fue quien propuso ese congreso y quien además imaginó una suerte de complot de los países más poderosos contra Latinoamérica. “¿Sería extraño que hubieran diseñado una tecnología para inducir el cáncer?”, se preguntó. Hasta ahí todo se reducía a una broma del presidente venezolano. Hace unos días se supo que la Comisión Presidencial para el Estudio de Asuntos de Bioética de los Estados Unidos de América desclasificó una serie de documentos que prueban que durante los años 1946 y 1948 un grupo de médicos del Departamento de Salud Pública de Estados Unidos se trasladó a Guatemala con el fin de infectar con sífilis y gonorrea a cientos de guatemaltecos; lo hacían, dicen, en nombre de la ciencia. Esta infamia hace que las palabras de Chávez abandonen el espacio de la ciencia ficción.

Luego del anuncio de la enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner, la llamada oposición logró finalmente unificarse: todos pronunciaron palabras que deseaban una pronta mejoría. Esas palabras se multiplicaron en la redes sociales, matizadas por el exabrupto de algún trasnochado, heredero tal vez de aquel otro anónimo que hace cincuenta y nueve años escribiera “Viva el cáncer”. La apocalíptica diputada de CC eligió el silencio y hasta ahora no se ha desbocado. Un médico devenido periodista de opinión, exhumó una vez más su teoría acerca de la enfermedad del poder. Por último, una profesora de literatura argentina en su habitual columna de La Nación, le deseó lo mejor a la presidenta: “¿Cómo no hacerlo con una mujer valerosa y sola?”. “La soledad de la Presidenta”, era el título de esa nota.

Estoy seguro de que en el reciente brindis de fin de año más de diez millones de personas, muchísimas más me atrevo a afirmar, habrán alzado la copa para pedir por el pronto restablecimiento de Cristina Fernández de Kirchner. Humildemente, no creo que esa abultada cifra denote soledad. ¿O tal vez la profesora habrá confundido soledad con solidaridad?

Fuente: Telam