sábado, 14 de abril de 2012

Monstruos

La Solución Final, también conocida como Solución final al problema judío (Endlösung der Judenfrage, en alemán), es el nombre del plan de la Alemania nazi para ejecutar el genocidio sistemático de la población judía europea durante la Segunda Guerra Mundial.

Su puesta en práctica, conocida posteriormente como Holocausto o Shoah, supuso la deportación sistemática y exterminio posterior de toda persona clasificada como étnicamente judía, con independencia de su religión. El término fue acuñado por Adolf Eichmann, el carnicero nazi que supervisó la campaña, a la que antes se denominaba con el eufemismo de reinstalación.

Para ejecutarla el régimen nazi construyó instalaciones llamadas campos de concentración y exterminio y dispuso dentro de ellas unos dispositivos, que bien se pueden calificar de industriales (en su construcción trabajaron importantes firmas alemanas de ingeniería que indudablemente conocían su finalidad), de exterminio (normalmente cámaras de gas) lo que finalmente llevaba -mediante la cremación- a la destrucción total de los cuerpos.
No ocurría lo mismo con las pertenencias de las víctimas. Las pocas que aún conservaban -ya que la mayoría de sus bienes les habían sido "confiscados" -en realidad robados en el momento de su detención- eran cuidadosamente clasificados bajo el control de Oswald Pohl (Director de la Oficina de Economía y Administraciòn de las SS) para luego ser reparados por los propios prisioneros y vendidos en el mercado o entregados a funcionarios o colaboradores del régimen.

Videla, preso en Campo de Mayo y condenado por crímenes de lesa humanidad, con la colaboración de un autotitulado periodista, Ceferino Reato, publica un libro cuyo solo título produce escalofríos. Pero no es casual, de eso se trata.

El título es Disposición Final. Por supuesto que La Nación, Clarín y Perfil se han encargado, entre otros, de su difusión. En los tres medios se transcribe una muy similar nota de prensa, que merece ser calificada de "gacetilla" esas notas breves que se utilizan para difundir un evento o presentación.

Supuestamente Videla reconoce en el libro el plan sistemático de eliminación "sin dejar rastros" de -dice- siete u ocho mil personas:

“No había otra solución; estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta”...“Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas” y que había, además, que disponer la completa desaparición de sus cuerpos “para no provocar protestas dentro y fuera del país. Cada desaparición puede ser entendida ciertamente como el enmascaramiento, el disimulo, de una muerte”.

Y aclara: “La frase ‘Solución Final’ nunca se usó. ‘Disposición Final’ fue una frase más utilizada; son dos palabras muy militares y significan sacar de servicio una cosa por inservible. Cuando, por ejemplo, se habla de una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada, pasa a Disposición Final”.

“Las desapariciones se dan luego de los decretos del presidente interino Ítalo Luder (peronista, casi seis meses antes del golpe), que nos dan licencia para matar. Desde el punto de vista estrictamente militar no necesitábamos el golpe; fue un error”. Sin embargo agrega:

“Nuestro objetivo (el 24 de marzo de 1976) era disciplinar a una sociedad anarquizada. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo y al capitalismo prebendario”.

Desde el punto de vista exclusivamente militar el golpe del 24 de marzo fue para Videla un error, no era necesario para hacer el trabajo que pensaban hacer y cuyos planes estaban preparados minuciosamente desde varios meses antes del decreto de Luder. Planes que incluían listas de personas a ser secuestradas, torturadas y desaparecidas. Listas que -indica- fueron elaboradas con la colaboración de numerosas autoridades de instituciones civiles (gubernamentales, sindicales, empresarias, eclesiásticas, educativas).

Videla concluye según esta "gacetilla de prensa" publicada por los matutinos: "Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano".

Videla es católico y practicante, como muchos de los jerarcas del régimen y sus aliados civiles. El plan de genocidio no podría haberse ejecutado jamás sin la aquiescencia de las más altas autoridades de la Iglesia Católica. Esa no es una inferencia, es un hecho.
Los detalles del plan requirieron de la imprescindible colaboración civil.
El golpe del 24 de marzo no fue "un error" como lo califica, aún con la restricción del agregado "militar", fue un imperativo para hallar en los empresarios el apoyo necesario para los planes de construir "una economía de mercado, liberal", de la cual estos mismos empresarios -como por ejemplo, Clarín y La Nación, entre otros- serian los principales beneficiarios. Martinez de Hoz es el Oswald Pohl y, a la vez, el  Albert Speer del llamado proceso de reorganización nacional.
El párrafo más esclarecedor -a mi modo de ver- sobre la degradación, la deshumanización que Videla comparte con otros genocidas de la historia -y que los convierte a todos en monstruos- es cuando él reduce la significación de la persona humana a la de una cosa, por ejemplo, cuando la compara con "una ropa que ya no se usa o no sirve porque está gastada".

Lo cierto es que no hay pez que por su boca no muera.

Fuente: Basta de odio