domingo, 15 de abril de 2012

Operaciones mediáticas y naufragio político de la oposición

Operaciones y naufragios

Por Edgardo Mocca

“Boudou exhibe una mentalidad arrasada. Esto es así aunque la Justicia pruebe su inocencia” (Beatriz Sarlo, La Nación, 13 de abril). “Boudou ni siquiera está procesado judicialmente, pero está cocinado políticamente” (Jorge Fontevecchia, Perfil, edición on line, 6 de abril). Alcanzan estas dos muestras -hubo centenares en esos dos diarios y, naturalmente, también en Clarín- para sintetizar el sentido y el alcance de la operación mediática montada en torno al vicepresidente. A la campaña no le faltó el lamentable condimento de un allanamiento-show televisivo en una propiedad de Boudou, en el que, antes de la Justicia y de la Gendarmería, se hicieron presentes los fotógrafos de Clarín. Así se hace política hoy en la Argentina.
Si la indagación judicial no agregara nuevos elementos, todo lo que quedaría en pie de esta escena sería el ya habitual uso y abuso de la pirotecnia mediática, a la que se agregó en este caso un manejo ligero e imprudente del caso por parte del juez Daniel Rafecas y el fiscal Carlos Rívolo. El episodio ilustra la persistencia de la matriz política mediático-céntrica que alcanzó su cenit en el conflicto agrario de 2008. Es decir, los medios de comunicación dominantes construyen la agenda del enfrentamiento al Gobierno y éste, a su vez, sitúa a esas empresas en el lugar de la única oposición efectiva; a la oposición formalmente política le queda la amarga opción entre alimentar, desde un lugar secundario, la hoguera mediática o hacer mutis por el foro. Cuando, como ocurrió en el lock out de las patronales agrarias, el resultado es desfavorable al Gobierno, pueden desarrollarse ascensos tan vertiginosos y fugaces como el de Julio Cobos. En caso contrario, nace algún otro episodio mediático-político en la búsqueda obsesiva de un punto de fractura de la legitimidad presidencial.
¿Cómo puede emerger en estas condiciones un liderazgo de oposición sostenido en algún proyecto orgánico alternativo? Para los poderes fácticos el interrogante carece de significado: la apuesta es a la gestación de un cuadro de zozobra institucional que haga inviable la continuidad del proceso político en curso; las formas concretas y las figuras que encarnen el regreso a la normalidad política argentina son una cuestión menor que empezará a tomar importancia cuando ya no haya posibilidad alguna de mantener el orden actual. Paradójicamente, la derecha apuesta a “la calle”. No está pensando en una fórmula político-electoral, sino en lo que la izquierda llamó desde comienzos del siglo pasado una “situación revolucionaria”. Para eso se necesita una chispa que encienda el fuego, un estado de indignación o angustia colectiva que clame por cambios y un agente de esos cambios que no tiene por qué tener la forma de un candidato electoral sino que alcanza con que tenga la decisión de asumir un papel decisivo.

Por eso, es muy discutible que hoy el conglomerado mediático-político de la derecha esté preparando el terreno para la elección presidencial de 2015 y que, en esa línea, esté fogoneando a algún candidato-estrella que lo represente. En nuestro país el calendario institucional llegó, a partir de 1983, a ser una referencia importante de la disputa política, pero nunca una temporalidad rígida e insuperable por la dinámica política. En menos de treinta años ya tuvimos cuatro presidentes que no terminaron el mandato para el que fueron elegidos o designados. Hay en la democracia argentina una cláusula constitucional no escrita que dice que los presidentes duran un determinado lapso de tiempo, siempre que un grave desorden político-social no los obligue a renunciar anticipadamente. La derecha juega al día a día; tres años son una eternidad.
Los gobiernos kirchneristas aprendieron rápidamente esta regla institucional no escrita. Harían bien quienes se asombran o escandalizan por la rudeza de sus respuestas políticas a situaciones de tensión en pensar seriamente en el curso de un proyecto político que empezó en medio de una grave crisis social y con un exiguo respaldo popular y atravesó tormentas políticas de magnitudes que, en otros períodos, sellaron la suerte de más de un gobierno. Hasta se podría decir que, desde un punto de vista de grupo político, al kirchnerismo le conviene la matriz política con la que se lo enfrenta. De hecho, durante la vigencia de esta matriz no ha surgido ninguna promesa política capaz de opacar su predominio político, hasta el punto de que después de tres años (a contar desde 2008) de hostigamiento sistemático y de sucesión de escándalos mediáticos, ganó la elección presidencial con casi cuarenta puntos porcentuales sobre el candidato que fue segundo. Ni siquiera el traspié electoral en las legislativas de 2009 y la pérdida de mayorías en ambas Cámaras pudieron poner en acto a una oposición con voluntad y sentido de poder.
El diario La Nación, en su editorial del domingo último, significativamente titulado “La crisis de los partidos políticos”, amonesta sistemáticamente a los líderes políticos por lo que considera “una devaluación de las expectativas existentes” sobre los partidos. Claro que no se trata de una evaluación institucional sistémica sino del reclamo, al parecer un poco desesperado, por la aparición de una fuerza en condiciones de frenar al Gobierno y torcer el rumbo. El filo principal apunta al radicalismo, frente al que no ahorra recriminaciones por haber votado con el oficialismo el traslado de los subterráneos a la Ciudad de Buenos Aires y al que presiona explícitamente para que no se sume a una eventual decisión gubernamental de recuperar el control sobre los recursos energéticos. El texto es sintomático. La Nación está muy preocupada por el estado de debate interno en el que vive el radicalismo y, particularmente, por el surgimiento de corrientes internas que reivindican la tradición nacional-popular en el interior del partido. No hace falta mucha agudeza para advertir que la derecha suspira por la construcción de una fuerza política restauradora de carácter orgánico, extendida a lo largo y a lo ancho del país y que considera a la UCR como una base posible de esa construcción.

Ahora bien, lo paradójico es que difícilmente el radicalismo pueda salir del tobogán político y electoral en el que entró después de la experiencia de la Alianza por el camino de su dilución en la tropa que sigue incondicionalmente el libreto estratégico que se escribe en los estados mayores mediáticos. La elección de octubre último fue contundente en la demostración de adónde llevó al radicalismo el juego de pinzas generado entre los grupos económicos más poderosos y las espadas políticas incondicionalmente alineadas a estos sectores. El partido fue virtualmente zamarreado por Elisa Carrió -en connivencia con los medios dominantes-  cada vez que, como en el caso paradigmático de la discusión sobre el fin de las AFJP, se insinuó una posición política respetuosa y coherente con su mejor tradición. 
La paradoja consiste en que la derecha aspira a construir una fuerza hegemónica y, al mismo tiempo, con el curso que ha impreso a su accionar inhibe el desarrollo de cualquier línea orgánica que apunte en esa dirección. Mientras el tono de la lucha política lo dé el escandalismo irresponsable y antiinstitucional de las grandes cadenas mediáticas no habrá un terreno fértil para una experiencia alternativa y todo se resolverá en la dialéctica entre los desestabilizadores y el Gobierno. Es igualmente paradójico que un resurgimiento opositor solamente sea esperable en la medida en que sus fuerzas adopten como propio, aunque sea en forma relativa, el diagnóstico kirchnerista que pone en el centro la disputa entre autonomía y sujeción de la política a los dictados de las grandes corporaciones. Es un dilema para todo el arco opositor, aunque el radicalismo esté claramente en el centro de este ser o no ser de los partidos políticos.   

Fuente: Revista Debate