viernes, 24 de agosto de 2012

Contando porotos

En la actualidad, existen, a mi criterio, dos vertientes capaces de pelear poder al interior del peronismo, que es el espacio donde va a tramitar la sucesión 2015.

Por un lado, está el kirchnerismo; por el otro, hay un grupo de gobernadores, intendentes y senadores (también algunos, menos, diputados) que han gobernado --y quieren volver a hacerlo--, todos los cuales, sin haber participado de lo que fue la experiencia del “peronismo federal”, tampoco sacaron nunca los pies del plato. 

El kirchnerismo y ese sector coinciden en un punto: garantizan gobernabilidad, uno de sus objetivos innegociables. Esto es, el programa es evitar la parálisis administrativa permanente de 2001/2002; la imposibilidad de pagar sueldos, el feriado bancario permanente, la autoridad estatal o gubernativa evaporada.

Lo actuado desde 2003, acepta el, llamémosle, no kirchnerismo, es cosa juzgada, no puede volverse atrás respecto de ello. Eso es lo que lo diferenció del “peronismo federal”, en tanto tuvieron la lucidez de advertir que el retroceso a una escena previa a 2001 equivale, justamente, a perder la capacidad, la legitimidad que sustenta la legalidad de mandar.

El kirchnerismo sólo perdió tropa en el Congreso cuando durante el conflicto agromediático la escena se pareció, por momentos, bastante a la de detención administrativa en el tiempo, por cuanto no se lograba tramitar salida ninguna. En ese entendimiento, no sería demencial suponer que, constatado que la fuga era previa al voto no positivo del entonces vicepresidente contra el Gobierno --que él integraba--, se forzó la situación de derrota legislativa, a los fines de poder recomponer de alguna forma, desde algún punto, pero sin haber aparecido cediendo.

La crisis de la 125 tuvo su correlato en las elecciones de 2009, y ya se sabe. El kirchnerismo superó los dos años que debió atravesar en situación de gobierno dividido sui generis --en clara minoría en Diputados, en empate permanente (y desgastante) en el Senado, pero sin mayoría alternativa consistente y unificada capaz de adversarlo-- con un programa defensivo: apenas trabando las iniciativas de los distintos fragmentos opositores en el Senado, operando las grietas internas del Grupo A y las jurídicas de sus proyectos, que se sustentaban en un imaginario de recorte de potestades y recursos del Ejecutivo.

El peronismo no kirchnerista que gobernaba provincias a que hacíamos referencia, Urutubey y Schiaretti por ejemplo, tuvieron entonces mayor protagonismo. A nadie convenía una retirada vergonzosa del gobierno que reposicionó a la política en la cúspide del sistema de decisión nacional. Menos si ello venía en combo con la poda de los pilares instrumentales que hicieron posible el proceso. Dato no menor es, a todo esto, que el salto masivo de legisladores kirchneristas a la oposición que se pronosticaba a posteriori de las legislativas de 2009… nunca sucedió, cuando sí sucedieron, y varios, episodios de ese tipo.

Néstor Kirchner probablemente, y yo diría seguramente, negoció tramitar las internas que envolvían, y aún con él fallecido envuelven, al Justicialismo pateando la pelota para adelante; mientras se controlaban daños, se reinventaba el gobierno nacional, y el resto con aspiraciones podía armarse en paz: eso dio en llamarse Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, PASO.

Carlos Verna fue quizás el mejor ejemplo de ello: operó como bisagra en el Senado entre el Grupo A y el oficialismo, mientras negociaba diferentes expedientes de su provincia (La Pampa) como campaña para su retorno como gobernador, que buscaba para el año pasado. Así funcionó hasta que la correlación de fuerzas de la interna cambió, y sobre esas bases Cristina buscó modificar los términos del acuerdo: Verna se negó, Cristina insistió, y todo terminó con un gobernador de La Pampa potable para el kirchnerismo (el reelecto Oscar Jorge) y con Verna navegando ahora en la intrascendencia en el Senado, tanto que hasta ha perdido a la que era su alter ego allí, la senadora María Higonet.

Pero las PASO tienen también la virtud de acotar, un poquito, la posibilidad de alquilar las bancas al mejor postor, toda vez que la participación misma en las elecciones depende de superar ese trámite, aún para candidaturas legislativas.

Bueno, todo esto está muy bien, pero, ¿y; qué, con todo ello?

Da la sensación que Cristina no hizo, cuando pobló las listas legislativas del año pasado de tropa propia tanto como pudo y más, otra cosa que prever la interna de 2015. Organizó a partir de ello su juego a cuatro años vista, tanto Scioli como De La Sota (cero coma cero, tanto en la Alta, alguito apenas de DLS en la Baja) carecen de fuerza alguna en el Congreso nacional, y es muy menor la que pueden llegar a cooptar, la PJ no K.

Desde eso se robustece la posición de la Presidenta, y la del kirchnerismo puro, de cara a la sucesión; los contornos de esa partida son los que dibujó 2011, en tanto en 2013 hay que superar un techo muy bajito pero, a diferencia de entonces, con AUH y ley de medios operando, no a la salida de derrota política significativa alguna y sin clima dominante de derrota.

En ese orden de ideas, y habida cuenta que se estaría frente a dos dirigentes que, a más que cuentan con nada en el escenario nacional, tampoco tienen en la palma de sus manos sus propios terruños, exagera demasiado cierto kirchnerismo, con un pavor que ya es histérico, frente a amenazas que lo son más por lo que se dice de ellas que por sus presencias concretas en el terreno de juego.

Y concomitantemente con ello, con no tener otra idea que la de una reforma constitucional.

Fuente: Segundas lecturas