Una Plaza como pocas
Por Mario Wainfeld
El discurso de la Presidenta empezó a las seis y cuarto. Tres horas antes, el cronista recorría la Plaza histórica, ya muy poblada. La mayoría eran “gente suelta”: parejas, grupitos, familias con pibes muy chicos. Clase media urbana, promediemos. Los organizadores, decisión poco frecuente en esas tenidas, trataron de reservar un espacio preferencial para ese conjunto, que fue parte relevante aunque no predominante de la multitud. La militancia encuadrada llegó después, conforme a lo previsto.
Alegres y distendidos, la pasaban bien entre alguna ingesta y muchos mates. No tantas consignas, eran numerosos pero juntándose de a pocos. A esa hora, se podía circular todavía.
A eso de las cuatro, estaba cantando Fito Páez. El cronista pensó que era casi imposible que lo oyeran, se equivocó como tantas veces. No había un silencio de concierto ni unanimidad en la escucha. Pero los aplausos coronaban los cierres de las canciones, acompañaron cuando presentó a sus compañeros de escenario. Y eran muchos los que cantaban con él “Mariposa technicolor”, incluyendo al autor de esta nota a quien cada vez lo seduce más desafinar a coro.
Las columnas de sindicatos, agrupaciones y “territorios” estaban formándose o llegando por las dos diagonales y la Avenida de Mayo. Los cafés y bares estaban colmados, les tocó un sábado keynesiano. La preferencia se inclinaba por las mesas en la calle, un rebusque para “seguir participando” y darse un resuello al mismo tiempo. Puertas adentro, se podía pispear la extraña final de la Champions League entre alemanes. ¿Un fin de ciclo, el del Barcelona? Nadie pensaba en fines de ciclo en los suburbios de la Pirámide de Mayo, aspecto sobre el que se volverá.
El acto no fue espontáneo: no los hay de ese calibre, en general. El oficialismo hizo mucho por organizarlo. Desde las pantallas, el sonido, el mapping de los edificios, la pirotecnia del cierre hasta la interpelación a los aliados políticos. El kirchnerismo pasa lista antes y después aunque, murmuran sus dirigentes de base, no es muy generoso cuando reparte recursos. Pero había un reclamo fuerte a las agrupaciones, a los compañeros intendentes o gobernadores y a algunos sindicatos. Los más requeridos, UPCN particularmente y la Uocra, aportaron su masa de laburantes.
La base está: El cronista descorrió luego las diagonales y la Avenida de Mayo, al revés. El sector social predominante era el de trabajadores lisos y llanos.
Imposible mapear una edad promedio, a puro ojímetro, pero la cantidad de jóvenes impresionaba. Las tremendas columnas de La Cámpora rebosan de sub-30. Ellos sí que bailan y se consagran a las consignas y las advertencias: ...si la tocan a Cristina... Ni el Estado chino podría poner en escena a tantos funcionarios, exagera este escriba contrariando leyendas urbanas muy en boga. Bromeando menos, la asistencia podría darse por compromiso o por sugerencia pero el entusiasmo no se inventa. El fervor desborda, imposible impostar la fiesta o la alegría. Nadie baila pensando en el Blackberry.
La cultura cívica de la jornada es otro dato a subrayar. Un artesano que dice venir de la Patagonia y que tiene un vinito encima cuenta que “vendió algo” aunque se entusiasma más porque todos respetaron la alfombra que tendió en el mero pavimento de la Avenida, a dos cuadras del epicentro. Poca policía a la vista, cero furias, cero vandalismos presenció el escriba.
Cuántos somos: Hay asistentes que ubican la cara del cronista, los medios en que trabaja. Se acercan, prodigan un afecto cálido que es el tono medio de la jornada. Hacen alarde de información, de pertenencia, cuentan historias de vida, se solazan por “cuántos somos” o preguntan “cuántos hay”. Se les repregunta de dónde vienen. De Córdoba, de Santa Fe, de Entre Ríos, del interior o del conurbano bonaerense. ¿Cómo vinieron? Entre dos, entre cuatro. “Poné que el chori nos lo pagamos solos”, zumba un santafesino que está con la patrona, llegó en su autito y peregrina por ahí. Politizados, al día en los debates mediáticos, convencidos: lejos de ser o parecer los rehenes o los cautivos que pretende la mitología republicana.
Un flaquito pelado que viene de Ensenada, acusa 35 años, con dos pibes chiquitos a cuestas prodiga cariño. Y explica: “Soy hijo de desaparecido y estos son hijos de la esperanza”. Tampoco reclama el chori.
Le ley del mercado: Hay que hablar, empero, de la oferta de una Plaza que es feria y mercado popular. La comida es el karma del cronista, porque pone en guerra su razón contra su deseo. Los efluvios de choris, hamburguesas y cebolla muy caliente (hasta huevos, para los audaces) ponen en jaque a la conciencia o al colesterol. Pastelitos, adecuados a la fecha patria. Unas rosquitas artesanales que no serán menos que las de Nueva York. Garrapiñadas, maníes, sándwiches ya empaquetados o hechos a medida con quesos o salames artesanales. Si el mercado tiene el pulso de la demanda, los micro emprendedores olfatearon bien cómo venía la mano.
También abundaban tentaciones sencillas para quien quisiera llevarse un recuerdo, aparte de las fotos que cualquiera saca por docenas. Muñecas rusas con las imágenes de Perón, Evita, Néstor Kirchner o Cristina: la aldea global hecha regalo. Para nostálgicos de viejos tiempos, un par de ponies para sacarle una foto al nene. Una llama, más allá, acaso pensando en un público más exigente. No se pesquisaron precios, los productos no están entre los quinientos “de Guillermo Moreno”.
Hasta el Congreso: Personas se van cuando otras vuelven, la Plaza está colmada y apiñada. Se adelanta el discurso. El cronista decide volver a los piques para escucharlo y tomar nota mejor, por la tele.
Camina alejándose, quizá no a contrapelo de la historia pero sí de la multitud. El Movimiento Evita, cuando faltan diez minutos para que arranque la presidenta Cristina, se expande desde Avenida de Mayo y 9 de Julio hasta la Plaza Congreso. Son más de 7 cuadras, calcule el lector cuántos cuadrados ocupan y haga su cuenta. Pondere que los peronistas se amuchan más, sobre todo si son laburantes rasos.
Con las limitaciones asumidas de su recorrido y carente de helicóptero, el autor renuncia a mencionar una cifra global pero no a calificar al acto como imponente. Con una combinación entre adherentes y militantes difícil de empardar. Con un tono marcado de clase y federal. Más una alegría y buena onda no mensurables con instrumentos de precisión pero palpables hasta para el más desprevenido, siempre que mire de buena fe.
La palabra: Con buena parte de la Plaza y aledaños iluminados, Cristina Kirchner habló durante poco más de tres cuartos de hora. Su recorrido es, naturalmente, largo. No cambia mucho frente a las masas o en un escenario, digamos, de cámara. Lo más saliente, opina el autor de esta columna, fue su análisis de lo que quieren significar sus adversarios por “fin de ciclo”. No es el relevo de un gobierno, explicó, sino el arrasamiento de las conquistas y realizaciones de la década. Con un peculiar recurso de la oratoria política, dio vuelta un slogan propio. Son ellos, propuso, los que “vienen por todo”. Un “todo” que se refiere a derechos y avances, no a la sustitución institucional de una protagonista. Lo que está en jaque, aseguró, es un abanico de derechos: desde la Asignación Universal por Hijo, hasta las paritarias anuales y aumentos del salario mínimo o las jubilaciones.
Tal el argumento fuerte, que seguramente será eje de campaña. “No soy eterna y tampoco lo quiero”, adujo y repitió un par de veces que es imprescindible empoderar al pueblo.
Cristina no se restringe cuando expone, ni cree en las limitaciones de quienes la escuchan. Navega por Monteagudo o el verdadero rol de French y Beruti en la Revolución de Mayo. Y se vale del vocablo “empoderar” que no integra el vocabulario de 400 palabras de tantos comunicadores sociales pero que define bien lo que busca expresar.
Imposible pedirle a un dirigente en tamaña tribuna que sea un pacifista, menos a alguien de estirpe K. Pero en comparación con el clima imperante (que comentó, deplorando) y con sus propias marcas, la Presidenta se mostró contenida. Llamó a no caer en la espiral de “agravios y difamaciones”, a contestarle con gestión. Una idea fuerza sugestiva para una contienda enfilada a octubre (a demasiados meses vista) cuya temperatura es exagerada. Un criterio interesante, cuando los medios hegemónicos eligen como táctica principal fomentar la indignación y sublevar al público.
¿Gente o pueblo?: Gente han de ser, aunque la Vulgata dominante reserva la denominación para los opositores. No son todo el pueblo, más vale, pero sí una fracción activa y consciente. Escuchan con atención, en sonoro silencio, se conmueven con las evocaciones de Néstor Kirchner o celebran los tópicos de la oradora (hasta cuando interpela a “todos y todas”). Pero no hay urgencia ni distracciones, un detalle exótico para otros oradores públicos que no pueden concitar tantas presencias ni tanta atención.
La vida continúa, los veredictos populares se definen con racionalidad instrumental, el próximo está por verse. Como demostración de fuerza y de mística, el acto de ayer rayó alto.
El día fue templado, con un solcito que entibió sin agobiar. Lo mejor de lindos otoños porteños, podría decirse. O un día patrio, por no caer en rótulos partidarios.
Fuente: Página 12
Por Mario Wainfeld
El discurso de la Presidenta empezó a las seis y cuarto. Tres horas antes, el cronista recorría la Plaza histórica, ya muy poblada. La mayoría eran “gente suelta”: parejas, grupitos, familias con pibes muy chicos. Clase media urbana, promediemos. Los organizadores, decisión poco frecuente en esas tenidas, trataron de reservar un espacio preferencial para ese conjunto, que fue parte relevante aunque no predominante de la multitud. La militancia encuadrada llegó después, conforme a lo previsto.
Alegres y distendidos, la pasaban bien entre alguna ingesta y muchos mates. No tantas consignas, eran numerosos pero juntándose de a pocos. A esa hora, se podía circular todavía.
A eso de las cuatro, estaba cantando Fito Páez. El cronista pensó que era casi imposible que lo oyeran, se equivocó como tantas veces. No había un silencio de concierto ni unanimidad en la escucha. Pero los aplausos coronaban los cierres de las canciones, acompañaron cuando presentó a sus compañeros de escenario. Y eran muchos los que cantaban con él “Mariposa technicolor”, incluyendo al autor de esta nota a quien cada vez lo seduce más desafinar a coro.
Las columnas de sindicatos, agrupaciones y “territorios” estaban formándose o llegando por las dos diagonales y la Avenida de Mayo. Los cafés y bares estaban colmados, les tocó un sábado keynesiano. La preferencia se inclinaba por las mesas en la calle, un rebusque para “seguir participando” y darse un resuello al mismo tiempo. Puertas adentro, se podía pispear la extraña final de la Champions League entre alemanes. ¿Un fin de ciclo, el del Barcelona? Nadie pensaba en fines de ciclo en los suburbios de la Pirámide de Mayo, aspecto sobre el que se volverá.
El acto no fue espontáneo: no los hay de ese calibre, en general. El oficialismo hizo mucho por organizarlo. Desde las pantallas, el sonido, el mapping de los edificios, la pirotecnia del cierre hasta la interpelación a los aliados políticos. El kirchnerismo pasa lista antes y después aunque, murmuran sus dirigentes de base, no es muy generoso cuando reparte recursos. Pero había un reclamo fuerte a las agrupaciones, a los compañeros intendentes o gobernadores y a algunos sindicatos. Los más requeridos, UPCN particularmente y la Uocra, aportaron su masa de laburantes.
La base está: El cronista descorrió luego las diagonales y la Avenida de Mayo, al revés. El sector social predominante era el de trabajadores lisos y llanos.
Imposible mapear una edad promedio, a puro ojímetro, pero la cantidad de jóvenes impresionaba. Las tremendas columnas de La Cámpora rebosan de sub-30. Ellos sí que bailan y se consagran a las consignas y las advertencias: ...si la tocan a Cristina... Ni el Estado chino podría poner en escena a tantos funcionarios, exagera este escriba contrariando leyendas urbanas muy en boga. Bromeando menos, la asistencia podría darse por compromiso o por sugerencia pero el entusiasmo no se inventa. El fervor desborda, imposible impostar la fiesta o la alegría. Nadie baila pensando en el Blackberry.
La cultura cívica de la jornada es otro dato a subrayar. Un artesano que dice venir de la Patagonia y que tiene un vinito encima cuenta que “vendió algo” aunque se entusiasma más porque todos respetaron la alfombra que tendió en el mero pavimento de la Avenida, a dos cuadras del epicentro. Poca policía a la vista, cero furias, cero vandalismos presenció el escriba.
Cuántos somos: Hay asistentes que ubican la cara del cronista, los medios en que trabaja. Se acercan, prodigan un afecto cálido que es el tono medio de la jornada. Hacen alarde de información, de pertenencia, cuentan historias de vida, se solazan por “cuántos somos” o preguntan “cuántos hay”. Se les repregunta de dónde vienen. De Córdoba, de Santa Fe, de Entre Ríos, del interior o del conurbano bonaerense. ¿Cómo vinieron? Entre dos, entre cuatro. “Poné que el chori nos lo pagamos solos”, zumba un santafesino que está con la patrona, llegó en su autito y peregrina por ahí. Politizados, al día en los debates mediáticos, convencidos: lejos de ser o parecer los rehenes o los cautivos que pretende la mitología republicana.
Un flaquito pelado que viene de Ensenada, acusa 35 años, con dos pibes chiquitos a cuestas prodiga cariño. Y explica: “Soy hijo de desaparecido y estos son hijos de la esperanza”. Tampoco reclama el chori.
Le ley del mercado: Hay que hablar, empero, de la oferta de una Plaza que es feria y mercado popular. La comida es el karma del cronista, porque pone en guerra su razón contra su deseo. Los efluvios de choris, hamburguesas y cebolla muy caliente (hasta huevos, para los audaces) ponen en jaque a la conciencia o al colesterol. Pastelitos, adecuados a la fecha patria. Unas rosquitas artesanales que no serán menos que las de Nueva York. Garrapiñadas, maníes, sándwiches ya empaquetados o hechos a medida con quesos o salames artesanales. Si el mercado tiene el pulso de la demanda, los micro emprendedores olfatearon bien cómo venía la mano.
También abundaban tentaciones sencillas para quien quisiera llevarse un recuerdo, aparte de las fotos que cualquiera saca por docenas. Muñecas rusas con las imágenes de Perón, Evita, Néstor Kirchner o Cristina: la aldea global hecha regalo. Para nostálgicos de viejos tiempos, un par de ponies para sacarle una foto al nene. Una llama, más allá, acaso pensando en un público más exigente. No se pesquisaron precios, los productos no están entre los quinientos “de Guillermo Moreno”.
Hasta el Congreso: Personas se van cuando otras vuelven, la Plaza está colmada y apiñada. Se adelanta el discurso. El cronista decide volver a los piques para escucharlo y tomar nota mejor, por la tele.
Camina alejándose, quizá no a contrapelo de la historia pero sí de la multitud. El Movimiento Evita, cuando faltan diez minutos para que arranque la presidenta Cristina, se expande desde Avenida de Mayo y 9 de Julio hasta la Plaza Congreso. Son más de 7 cuadras, calcule el lector cuántos cuadrados ocupan y haga su cuenta. Pondere que los peronistas se amuchan más, sobre todo si son laburantes rasos.
Con las limitaciones asumidas de su recorrido y carente de helicóptero, el autor renuncia a mencionar una cifra global pero no a calificar al acto como imponente. Con una combinación entre adherentes y militantes difícil de empardar. Con un tono marcado de clase y federal. Más una alegría y buena onda no mensurables con instrumentos de precisión pero palpables hasta para el más desprevenido, siempre que mire de buena fe.
La palabra: Con buena parte de la Plaza y aledaños iluminados, Cristina Kirchner habló durante poco más de tres cuartos de hora. Su recorrido es, naturalmente, largo. No cambia mucho frente a las masas o en un escenario, digamos, de cámara. Lo más saliente, opina el autor de esta columna, fue su análisis de lo que quieren significar sus adversarios por “fin de ciclo”. No es el relevo de un gobierno, explicó, sino el arrasamiento de las conquistas y realizaciones de la década. Con un peculiar recurso de la oratoria política, dio vuelta un slogan propio. Son ellos, propuso, los que “vienen por todo”. Un “todo” que se refiere a derechos y avances, no a la sustitución institucional de una protagonista. Lo que está en jaque, aseguró, es un abanico de derechos: desde la Asignación Universal por Hijo, hasta las paritarias anuales y aumentos del salario mínimo o las jubilaciones.
Tal el argumento fuerte, que seguramente será eje de campaña. “No soy eterna y tampoco lo quiero”, adujo y repitió un par de veces que es imprescindible empoderar al pueblo.
Cristina no se restringe cuando expone, ni cree en las limitaciones de quienes la escuchan. Navega por Monteagudo o el verdadero rol de French y Beruti en la Revolución de Mayo. Y se vale del vocablo “empoderar” que no integra el vocabulario de 400 palabras de tantos comunicadores sociales pero que define bien lo que busca expresar.
Imposible pedirle a un dirigente en tamaña tribuna que sea un pacifista, menos a alguien de estirpe K. Pero en comparación con el clima imperante (que comentó, deplorando) y con sus propias marcas, la Presidenta se mostró contenida. Llamó a no caer en la espiral de “agravios y difamaciones”, a contestarle con gestión. Una idea fuerza sugestiva para una contienda enfilada a octubre (a demasiados meses vista) cuya temperatura es exagerada. Un criterio interesante, cuando los medios hegemónicos eligen como táctica principal fomentar la indignación y sublevar al público.
¿Gente o pueblo?: Gente han de ser, aunque la Vulgata dominante reserva la denominación para los opositores. No son todo el pueblo, más vale, pero sí una fracción activa y consciente. Escuchan con atención, en sonoro silencio, se conmueven con las evocaciones de Néstor Kirchner o celebran los tópicos de la oradora (hasta cuando interpela a “todos y todas”). Pero no hay urgencia ni distracciones, un detalle exótico para otros oradores públicos que no pueden concitar tantas presencias ni tanta atención.
La vida continúa, los veredictos populares se definen con racionalidad instrumental, el próximo está por verse. Como demostración de fuerza y de mística, el acto de ayer rayó alto.
El día fue templado, con un solcito que entibió sin agobiar. Lo mejor de lindos otoños porteños, podría decirse. O un día patrio, por no caer en rótulos partidarios.
Fuente: Página 12