Monteagudo, pionero y mártir de la unión americana
Por Pacho O’Donnell (Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”)
Monteagudo fue una figura extraordinaria de nuestra historia. Un hombre de pensamiento progresista y americanista que, por no responder al criterio liberal conservador que exige la porteñista historia oficial, no le fue reconocida la categoría de prócer. Un personaje polémico que estuvo presente en los puntos más calientes de la revolución independentista americana. Siendo civil y no militar fue muy importante en los años de lucha contra la dominación española. Fue hombre de una extraordinaria inteligencia y una gran pluma que aún hoy puede leerse con fluidez. Graduado de abogado en la Universidad de Chuquisaca, como la mayoría de los próceres de Mayo, fue un teórico y un ideólogo de notable lucidez. Su compromiso con la emancipación americana data de muy joven, cuando fue encarcelado y casi fusilado por su compromiso con el levantamiento altoperuano de 1809. Fue luego secretario de Castelli en la primera Campaña del Norte y es notoria su participación en la redacción de la poderosa Proclama de Tiahuanaco. Ya en Buenos Aires sus virtudes impresionan a Carlos de Alvear quien lo hace hombre de su confianza. En ese período, el menos interesante de su trayectoria, es la cabeza de la morenista Sociedad Patriótica y factótum de la Asamblea del Año XIII, obediente a la orden de Gran Bretaña a través de la Logia Lautaro de desviar el propósito independentista de la convocatoria. Regresado de su exilio será O’Higgins quien lo considere colaborador indispensable y le encargará la redacción de la proclama independentista de Chile. Será Monteagudo quien gobierno junto con San Martín en Lima, teniendo a su cargo las tareas administrativas y el impulso de medidas muy progresistas, como la reivindicación del derecho de los pueblos originarios, la abolición de la esclavitud, la nacionalidad americanista por encima de la peruana, etc. lo que le valió el odio de la poderosa oligarquía limeña.
Pero la huella más significativa de Monteagudo es su pasión americanista, su certeza de que sólo la Unión Americana, la Patria Grande, garantizaría la felicidad de los habitantes del continente. Tanto es así que en la actualidad, cada vez que se habla de la Celac, de la Unasur, del Mercosur debería recordarse a Monteagudo.
Él fue quien tomó las ideas de San Martín y Bolívar, quienes en la nada misteriosa reunión en Guayaquil dialogaron exclusivamente sobre cómo evitar la anarquía que hacía el campo orégano de los imperios europeos que aspiraban a remplazar a España. Escribió un gran texto sobre el tema por encargo del Libertador venezolano, “Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización” y recorrió Iberoamérica convocando a una reunión en Panamá con dicho objetivo. Esa obsesión selló su suerte. Como era un hombre de gran atractivo físico algunos quisieron frivolizar su muerte adjudicándola a un asunto de faldas. Pero estoy convencido de que fue un asesinato decidido por la Santa Alianza, la unión de las mayores potencias europeas –absolutistas, tiránicas, retrógradas– para volver atrás el mundo antes de la Revolución Francesa. Entre otras cosas recuperar las colonias perdidas en América. Una decisión política tomada en frío y de indudable eficacia pues al faltar Monteagudo la convocatoria de Panamá fue perdiendo vitalidad hasta fracasar en 1828.
Por Pacho O’Donnell (Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico “Manuel Dorrego”)
Monteagudo fue una figura extraordinaria de nuestra historia. Un hombre de pensamiento progresista y americanista que, por no responder al criterio liberal conservador que exige la porteñista historia oficial, no le fue reconocida la categoría de prócer. Un personaje polémico que estuvo presente en los puntos más calientes de la revolución independentista americana. Siendo civil y no militar fue muy importante en los años de lucha contra la dominación española. Fue hombre de una extraordinaria inteligencia y una gran pluma que aún hoy puede leerse con fluidez. Graduado de abogado en la Universidad de Chuquisaca, como la mayoría de los próceres de Mayo, fue un teórico y un ideólogo de notable lucidez. Su compromiso con la emancipación americana data de muy joven, cuando fue encarcelado y casi fusilado por su compromiso con el levantamiento altoperuano de 1809. Fue luego secretario de Castelli en la primera Campaña del Norte y es notoria su participación en la redacción de la poderosa Proclama de Tiahuanaco. Ya en Buenos Aires sus virtudes impresionan a Carlos de Alvear quien lo hace hombre de su confianza. En ese período, el menos interesante de su trayectoria, es la cabeza de la morenista Sociedad Patriótica y factótum de la Asamblea del Año XIII, obediente a la orden de Gran Bretaña a través de la Logia Lautaro de desviar el propósito independentista de la convocatoria. Regresado de su exilio será O’Higgins quien lo considere colaborador indispensable y le encargará la redacción de la proclama independentista de Chile. Será Monteagudo quien gobierno junto con San Martín en Lima, teniendo a su cargo las tareas administrativas y el impulso de medidas muy progresistas, como la reivindicación del derecho de los pueblos originarios, la abolición de la esclavitud, la nacionalidad americanista por encima de la peruana, etc. lo que le valió el odio de la poderosa oligarquía limeña.
Pero la huella más significativa de Monteagudo es su pasión americanista, su certeza de que sólo la Unión Americana, la Patria Grande, garantizaría la felicidad de los habitantes del continente. Tanto es así que en la actualidad, cada vez que se habla de la Celac, de la Unasur, del Mercosur debería recordarse a Monteagudo.
Él fue quien tomó las ideas de San Martín y Bolívar, quienes en la nada misteriosa reunión en Guayaquil dialogaron exclusivamente sobre cómo evitar la anarquía que hacía el campo orégano de los imperios europeos que aspiraban a remplazar a España. Escribió un gran texto sobre el tema por encargo del Libertador venezolano, “Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización” y recorrió Iberoamérica convocando a una reunión en Panamá con dicho objetivo. Esa obsesión selló su suerte. Como era un hombre de gran atractivo físico algunos quisieron frivolizar su muerte adjudicándola a un asunto de faldas. Pero estoy convencido de que fue un asesinato decidido por la Santa Alianza, la unión de las mayores potencias europeas –absolutistas, tiránicas, retrógradas– para volver atrás el mundo antes de la Revolución Francesa. Entre otras cosas recuperar las colonias perdidas en América. Una decisión política tomada en frío y de indudable eficacia pues al faltar Monteagudo la convocatoria de Panamá fue perdiendo vitalidad hasta fracasar en 1828.