jueves, 14 de noviembre de 2013

A 20 años del pacto de Olivos

Por Raúl Degrossi

Hace exactamente hoy 20 años de aquél día en que Menem y Alfonsín sellaban el pacto que posibilitó la reforma constitucional de 1994, y la reelección del riojano un año más tarde, con casi el 50 % de los votos.

El Pacto de Olivos merece diferentes lecturas, desde la estrictamente política, hasta el juicio crítico sobre las bondades o no de la reforma constitucional que alumbró.

El radicalismo desde entonces (siguiendo la interpretación con la que el propio Alfonsín justificó el acuerdo), y a tono con lo que suele ser su discurso habitual, habló de una poco menos que providencial intervención del hombre de Chascomús para salvarla: "íbamos en rumbo de colisión" decía entonces el padre de Ricardito; para justificar el pacto con una weberiana apelación a la ética de las responsabilidades igual a la que usó años antes para justificar otro pacto, el que suscribió con Rico y los carapintadas para sancionar las leyes de la impunidad.

Es tan cierto que por entonces el menemismo parecía dispuesto a todo para impulsar la reelección presidencial (algo de lo que no se puede acusar al kirchnerismo, sin falsear a la verdad histórica), como que la UCR, en la persona de nada menos que su líder histórico (no sustituido aun hoy en ese rol por ningún otro dirigente), terminaba yendo al pie de su ofensiva, con la excusa de defender las instituciones.

Una excusa que se deslució bastante cuando se conoció "la letra chica" del pacto, y se pudo ver que, a cambio de sus servicios a la república, los radicales obtenían algunas pitanzas indispensables para preservar su estructura política, y acomodarse a la idea de ser oposición sin chances de disputar el poder, por bastante tiempo: el Consejo de la Magistratura, la Auditoría General de la Nación o el senador por la minoría.

Y si bien se mira, expresaba esa convicción hasta el injerto de la Jefatura de Gabinete; aquel sueño de Alfonsín que imaginaba un probable cogobierno a la usanza de las alianzas de los sistemas parlamentarios europeos; en un escenario de fragmentación política y paridad electoral.

El pacto tuvo otros frutos, como la autonomía porteña, también conocidos por sus efectos (al respecto algo dijimos acá); y si a las cosas ha de juzgárselas por sus resultados, podría decirse que ni siquiera ese invento le funcionó al radicalismo, que sólo pudo usufructuar el gobierno de la ínsula antiperonista con Fernando De La Rúa y en alianza con el Frepaso durante la gestión de Ibarra; pero apenas hasta la irrupción de Macri y el PRO.

La mitad de los 20 años pasados desde el Pacto de Olivos transcurrió bajo el kirchnerismo, y ese no es un dato menor: el proceso político abierto el 25 de mayo del 2003 supuso convulsiones, debates y transformaciones en el país (más allá incluso de los deseos del propio kirchnerismo, o de sus realizaciones concretas); que nos hablan de una sociedad compleja y problematizada, a la que el estrecho marco de aquél acuerdo entre los dos primeros presidentes de la transición democrática, parece cada día un poco más incapaz de contener.

Tampoco puede omitirse en el balance que en el medio ocurrió la implosión del 2001, que exteriorizó con dramatismo la fragmentación creciente de un sistema político (que no ha variado desde entonces, sino más bien se ha agudizado), aun cuando parezca que cíclicamente reaparece el bipartidismo radical-peronista, bajo otras formas: algunos hablarán de populismo nac & pop por un lado, y socialdemocracia republicana progresoide, por el otro.

Y si es cierto que el clima de la disputa política en el país en los últimos años ha dificultado establecer puentes de diálogo entre el kirchnerismo y al menos una parte de la oposición, también lo es que existieron en todos estos años leyes sancionadas en el Congreso que expresaron consensos amplios hacia el interior de ambos campos (por casos las leyes de la transformación educativa); y que aquél pacto fue la hechura de dos líderes políticos (lo cual supone una simple constatación, no un juicio de valor) capaces de marcar la agenda, más allá de las propias estructuras partidarias; mucho más que la convergencia de fuerzas políticas estructuradas, en torno a una agenda compartida.

El pacto se propuso más resolver un problema concreto de poder, que viabilizar cuestionamientos centrales a un modelo económico y social que, ya por entonces, estaba dejando huellas profundas en la estructura del país; y esto se vio claro cuando radicales y frepasistas (divididos entonces entre el acuerdismo y la intransigencia con el menemismo), confluyeron en una alianza que prometía continuar con la convertibilidad, pero sin corrupción ni desprolijidades institucionales: el final de la historia de una ambición política tan acotada, es por todos conocido.

No se trató simplemente de una estrategia electoral coyuntural, que daba cuenta de la popularidad de que por entonces gozaba la ilusión primermundista de Menem y Cavallo: repasemos si no en éstos años la actitud asumida por los radicales y buena parte de la oposición, cuando el kirchnerismo planteó cambios estructurales respecto a determinadas políticas del menemismo, como la eliminación de las AFJP, la ley de medios o la reforma de la carta orgánica del Banco Central. La excepción que confirmó la regla fue el amplio respaldo a la recuperación del control estatal sobre YPF.

Y así como no hubo entonces un cuestionamiento frontal al modelo menemista (o por lo menos no existió por parte de radicales y aliados la decisión firme de poner en marcha otro alternativo), bajo la vaga idea de los "diálogos y consensos", o los famosos "tres o cuatro temas en los que todos nos tenemos que poner de acuerdo", existe hoy y de cara al 2015, un intento de restauración de la Argentina prekirchnerista; moldeada por el menemismo, prolongada durante la fallida gestión de la Alianza y a la que se intentó mantener con respirador artificial durante la transición que comenzó con la salida de De La Rúa, y terminó con la asunción de Néstor Kirchner.

De allí que una lectura crítica y provechosa en términos políticos de las consecuencias del pacto de Olivos, debe trascender el análisis estrictamente técnico de la reforma constitucional del 94', aun cuando cada uno pueda tener su propia idea al respecto: de hecho en éste post enumerábamos lo que entendemos aspectos de necesario abordaje en una futura reforma de la Constitución.

Pensar hoy, y en clave de futuro, los 20 años pasados desde aquél pacto supone un debate amplio y profundo sobre nuestro sistema político, su capacidad de representación real de la sociedad y su margen de autonomía sobre las lógicas coporativas; lo que no es sino un debate sobre el sentido último de la transición democrática post dictadura, y sobre los límites, la profundidad y la riqueza a futuro de ese proceso democrático.

Fuente: Nestornautas