miércoles, 31 de agosto de 2011

El ministro que tiene prohibida la censura

Por Orlando Barone

Los periodistas saben que el ministro Florencio Randazzo no tiene el poder de censurar ni de prohibir las verdades ni las mentiras. Como dirían los jóvenes: es obvio. No puede censurar ni prohibir nada. Y a nadie se le ocurre que a él pudiera ocurrírsele. Porque no va a ser tan estúpido de creerse que puede.

De modo que fue malicioso y falaz que un periodista de La Nación amonestara al ministro cuando este informara las cifras finales del escrutinio y advirtiera sobre la tendenciosa desinformación de algunos medios y de sus mensajeros. El citado periodista, con impostada arrogancia, le preguntó si para publicar determinadas noticias de ahora en más habría que solicitarle su permiso.

¿Cómo van pedirle permiso a Randazzo si no tiene la capacidad de concederlo? Porque por más ganas que tuviera está inhibido de hacerlo.

,Al periodista de La Nación, como a cualquiera de cualquier otro medio, los que sí podrían censurarlos son sus patrones, sus auspiciantes o sus conveniencias. Y tan es así que muchos acaban convenciéndose – no de que sus patrones los censuran sino de que tienen con ellos fraternas coincidencias y de que hablan y callan por si mismos.
Pero la estratagema del inquisidor periodístico fue la de simular desconocer las limitaciones de poder del ministro. Y la de hacerse el otario tomando por otarios a los receptores de su intencionada fantasía persecutoria.

Y todavía más: si hipotéticamente un periodista fuera un sujeto deplorable, humanamente detestable (No quisiera que los haya, por supuesto y por favor no piensen en ninguno, no le pongan rostro) al que el funcionario no traga y que si por él fuera le cosería la boca con alambre y con una aguja de colchonero, se tiene que contener. Y además aguantar que el tipo lo siga escorchando todo lo que desea hasta el umbral de lo intolerable pero no punible. Es tan alto el nivel de libertad de flagelar periodísticamente a cualquiera que para que se considere delito el poseedor de la libertad de prensa debería casi matar al damnificado. Porque torturar ya lo tortura tradicionalmente.

Y resulta que todo es al revés: el que tiene permiso total es el periodista. Permiso para crear, inventar, fabular y omitir. Y no hace falta aclararlo: no solamente Randazzo no puede censurar ni prohibir; tampoco puede la presidenta. No. Por más que Cristina, hegemónica y agrandada con casi once millones de votos, pretenda censurar al más anónimo periodista, no puede. Ni puede todo junto el Poder Ejecutivo. Ni los diputados ni senadores. La Corte Suprema de Justicia tampoco. En la democracia argentina los que podrían individualmente censurar- es un modo de decir- son los lectores, los oyentes, los receptores de noticias. Son los que tienen el poder privado de negarse a leer este diario o aquél, de cambiar de estación de radio para no escuchar a un periodista mentiroso, de ignorar voluntariamente aquellos mensajes de un noticiero que intuye o advierte desviados o falsos. En fin, lo más frecuente.

Pero eso tarda: se han aburguesado los reflejos del receptor para reaccionar. Tantos años cautivos en un mundo de encantamiento informativo hacen descender las defensas de los públicos. No se elaboran anticuerpos tan rápidamente. Pero hay una paulatina sublevación que pugna por salirse de ese largo encantamiento.

Mientras tanto los propietarios del latifundio de la libertad de prensa van a seguir chillando cada vez que se les señale el vandalismo y la corrupción por los cuales se adueñaron del latifundio. Les sobran periodistas notorios, de esos rentados costosamente por los grandes medios que pueden pagarlos. Se lo merecen por su empeñoso esfuerzo en sostener los negocios no periodísticos de sus empleadores. Estos periodistas también van a seguir chillando cuando un ministro los desnude públicamente. Que chillen pero que chille también el ministro. Y aún más el público: que se cobre tan larga cuenta de manipulaciones.

Pero es una lástima, una filantropía inmerecida – y lo digo con todo el corazón libre- que Florencio Randazzo, ni nadie, puedan censurar a algunos mensajeros más censurables que Herodes saliendo a matar niños para defenderse del Mesías. La constitución lo detiene legítimamente. Y en buena hora.

El milagro de la democracia es saber resistir a los inimputables Herodes de los medios que desean mutilarla aparentando protegerla.

Pero lo que sí es un milagro de aquéllos, es que todavía los sufragios sean una cuestión matemática. Porque no hay latifundio mediático que pueda cambiar el resultado de las urnas.