martes, 20 de septiembre de 2011

La caída de los dioses

Por Vicente Battista

En la medianoche del 14 de agosto el clan A (de Acabados) mantuvo una reunión ultrasecreta. El propósito era establecer una estrategia que les permitiera remontar los resultados obtenidos en las elecciones primarias, sabían que con los magros porcentajes conquistados nada podrían hacer en las del 23 de octubre.

Luego de un maduro debate se arribó a lo que entendieron era la solución final: envestirían contra un juez de la Corte Suprema, un enemigo declarado a quien se hacía necesario desprestigiar. Convocaron a un célebre abogado denunciante y recurrieron a los servicios de un diario de indiscutibles méritos y probada seriedad. “Libre”, con la sutileza que lo caracteriza, dio la noticia en primera plana: “Los puticlub del doctor Zaffaroni”. Muy pronto otros medios independientes, gráficos, radiales y televisivos se hicieron eco de la denuncia. El jolgorio duró menos de una semana. Desdichadamente, hay más de diez millones de argentinos que se niegan a ver lo que la prensa seria pone ante sus ojos.

“No darse por vencido aun vencido”, pontificó uno de los galanes del Clan A, dijo que era preciso conseguir una figura que los representara y propuso a alguien que por lo incomparable y sorprendente podría dar el perfil buscado. Un hombre rubio, de cara angelical, de buen apellido y devoto evangelista: Carlos Eduardo Robledo Puch. La propuesta fue desestimada: el pasado 31 de agosto un juez le había negado la libertad condicional solicitada. Una de las doncellas del Clan A sostuvo que se trataba de otra triquiñuela del oficialismo, acostumbrado a comprar jueces, y propuso que el abogado denunciante presentara una querella. Esa moción también fue desechada, pero antes de caer en el desaliento, todos los ojos, mágicamente, se dirigieron a Mendoza: el camarista Otilio Romano podría ser el hombre indicado. Posibilidad que, lamentablemente, se truncó de inmediato: el camarista se proclamó perseguido político y cruzó la cordillera rumbo a Chile. Estaban a punto de aceptar el amargo gusto de la derrota, cuando se produjo el milagro: Sergio Schoklender.

En estos últimos días lo hemos visto transitar por diversos programas de TV. En “A dos voces” supo conjugar la contundencia de las pruebas con la ternura de sus sentimientos. Dijo, para la emoción de más de un teleespectador, que lo que de verdad lo preocupaba eran las seis familias que se quedarían sin empleo. Gentilmente, omitió decir (tampoco se lo recordaron los sagaces periodistas de “A dos voces”) que esa posible desocupación era consecuencia directa de las estafas por las cuales él está a punto de ser procesado. Mostró el resumen de cuenta de un banco de Asturias, en el que, había dicho, las Madres guardaban dos millones de euros. Ese resumen revelaba un saldo de ocho mil y pico de euros. Dos posibilidades: Schoklender es un formidable mentiroso o las Madres son excesivamente gastadoras.

Ni los periodistas de “A dos voces” ni los de “Telenoche” ni los del resto de los programas a los que Schoklender asistió, se preocuparon en preguntarle ese tipo de cosas, tal vez conscientes de que las visitas a la TV sólo eran el prólogo al show definitivo: “Sergio canta para ustedes”. La gran función no se llevó a cabo en el Luna Park, tampoco en River, para la ocasión eligieron la Cámara Baja del Congreso.

A pesar del derroche de publicidad y del calor con que los medios independientes lo anunciaron, el espectáculo Schoklender resultó un fracaso: tuvo poco público y casi nadie lo aplaudió. El Clan A busca desesperadamente otro líder que lo represente.

Fuente: Diario Registrado