lunes, 7 de julio de 2014

Sobre fútbol y zonceras de autodenigración

Los que han leído a Jauretche (en especial el "Manual de Zonceras Argentinas") probablemente estén familiarizados con lo que él llamaba "zonceras de autodenigración": sofismas construidos desde la cipayería y el colonialismo mental, que tienen por propósito bajar la autoestima nacional, proponiendo invariablemente términos de comparación de la Argentina y los argentinos con otros países, que siempre nos son desfavorables.

Hace poco Capusotto actualizó la idea en clave humorística con su personaje de Luis Solari, "el hombre que no viajó pero le contaron"; ése tipo que siempre te enrostra que en otros lados hacen las cosas mejor que acá, porque "éste es un país de mierda", precisamente la expresión que Jauretche citaba como arquetípica de ese modo de pensar.

Por estos días mundialistas estamos viendo bastante de eso en las críticas a la selección de Sabella, y en los elogios desmedidos a sus ocasionales o probables rivales, que en algunos casos rozan el ridículo: desde el sábado -por ejemplo- asistimos a la instalación del técnico de Holanda como una especie de mago o genio de la estrategia por haber hecho entrar al arquero suplente al sólo efecto de atajar en la definición por penales; algo que si lo hubiera hecho Caruso Lombardi en un partido clave por la lucha por el descenso, los mismos periodistas que endiosan al holandés lo hubieran despellejado.

Pero claro, uno es holandés y hace "fútbol científico" (como decía Juan B. Justo de la política europea), y el otro del conurbano bonaerense; porque hay en todo esto mucho de deslumbramiento pajuerano por las luces de la "cuna de la civilización"; que viene en nuestra historia cultural de allá lejos y hace tiempo, desde nuestra propia conformación como país.

Y otro poco (bastante) de línea editorial marcada por los grupos mediáticos que perdieron la vaca atada del fútbol codificado, y rezuman bronca porque se quedaron afuera de un negocio con enorme repercusión popular como el fútbol,  nada menos que en un mundial.

Porque críticas a la selección, a los jugadores al técnico y a los planteos tácticos y estratégicos hubo siempre, pero en éste caso es muy claro el contexto político en el que se dan algunas; con una indisimulada bronca porque el equipo de Sabella llegó más lejos de lo previsto (al menos por buena parte de la "cátedra"), y hasta es posible que se termine alzando con el premio mayor.

Una actitud de caraculismo que contrasta con la euforia colectiva que despiertan los triunfos de la selección, sin distinción de clases sociales ni preferencias políticas; y una actitud ciertamente torpe en términos comunicacionales, porque es como si (en la eventualidad de que la selección ganara el mundial) le "regalaran" el triunfo al kirchnerismo; o se vieran forzados a panquequearla groseramente, volviéndose sabellistas de la primera hora.

Incluso cuando intentan recalibrar el discurso (mutando de la crítica descarnada a la selección, al elogio desmesurado de susadversarios) se exhiben demasiado, porque los argentinos de fútbol saben, y no es tan sencillo bajarles la autoestima (a veces exageradamente subida, es cierto) en una actividad (el fútbol) en la que hace más de un siglo la Argentina está en el primer mundo; incluso antes de que sus jugadores llenaran las canchas europeas.

De allí que los intentos de mostrarte al suizo Shaqiri como poco menos que la reencarnación de Cruyff, o al porrudo Fellaini como una especie de Van Basten reencarnado (muy notorios en los periodistas del multimedios, encandilados con las ligas europeas) terminan cayendo en el ridículo; por la propia evidencia que arroja el fútbol (visto por todos, gratis, en cualquier lugar del país) apenas empieza a rodar la pelota.

Y también por el respeto que los propios suizos y belgas y cualquiera que enfrente a la Argentina, sienten por la camiseta que alguna vez vistieron Di Stéfano, Kempes, Maradona o Messi; en especial cuando pisan un campo de juego y la tienen enfrente.

Valga entonces la metáfora del fútbol en estos tiempos de buitres, en los que desde algunos sectores de nuestro propio país se cuestiona una idea tan sencilla (y a la vez tan profunda) como la defensa de lo nacional, de lo nuestro, para estar atentos y que no nos quieran ver tristes; porque -como decía Jauretche- los pueblos tristes no vencen ni convencen, ni en los campos de batalla, ni en los laboratorios, ni en las disputas económicas.

Fuente: Nestornautas