lunes, 3 de noviembre de 2014

Continuidad con cambios, más que cambios con continuidad

Por Raúl Degrossi 

Las elecciones en Uruguay y Brasil cerraron el ciclo abierto con las anteriores en Chile y Bolivia, y arrojan algunas puntas de utilidad para el análisis de lo que pueda pasar acá en la renovación presidencial del año próximo; con la obvia salvedad de las diferencias que existen entre cada país: diferentes tradiciones políticas arraigadas, diferentes configuraciones de los sistemas de partidos y hasta diferentes reglas constitucionales para acceder al poder; que influyen también en la oferta electoral, y en las opciones de los votantes. 
Tanto en Brasil como en Uruguay las campañas electorales se dieron en un contexto de altísima polarización (mas acentuado en el caso brasileño), y con un clima que aquí sería catalogado sin dudar de "crispación"; y en ambos casos los oficialismos que ponían en juego su permanencia en el gobierno no vacilaron en apelar a lo que acá los medios opositores denominaron (aplicado al caso argentino) "estrategia del miedo": poner el acento en los riesgos que correrían los avances sociales de los últimos años, en caso de un cambio de signo político. Y la "grieta" persiste aun después de conocidos los resultados, como bien apunta acá Baleno para el caso uruguayo.

Lo que causó el horror de los que hasta ayer nomás, nos ponían a ambos países como el modelo a seguir, y hoy ensayan piruetas dialécticas varias como hablar de "la peronización del PT y la argentinización de Brasil". Para peor, el PT brasileño toma nota del tremendo poder de fuego político de los medios concentrados (que apostaron con todo en su contra en la elección), y anuncia la discusión de una ley de medios para desmonopolizar el mercado de la comunicación audiovisual: "¿Qué te pasa, O Globo?" (a propósito de los recordatorios de Néstor Kirchner), o algo por el estilo.

El brusco giro de nuestros medios hegemónicos en la lectura de la situación en Uruguay o Brasil tiene que ver con una circunstancia bien precisa: los gobiernos del PT o el FA eran elogiados acá por sus políticas "market friendly", pero bastó que la derecha viera cercana la posibilidad (o así lo creyera, al menos) de un gobierno de los "propios", para que ya no le interesara hacerle márketing a los "amistosos".

Al igual que en la Argentina, en Brasil el gobierno atravesaba problemas y dificultades objetivas que proveían una plataforma social para que ocurriera un cambio político, que sin embargo no se produjo. Y allí donde esas dificultades eran en apariencia menores (como en Uruguay, que aunque moderamente sigue creciendo), la derecha retrocedió varios casilleros en su perfomance, comparada con elecciones anteriores. 
Lo que supone que esa derecha no pudo disuadir los miedos del electorado (en ambos casos) a que -de llegar al gobierno- instrumentaría cambios bruscos que significaran un retroceso en los derechos adquiridos por vastos sectores en los últimos años; desde la cobertura social o asistencial (caso del plan "Bolsa Familia" en Brasil), hasta los "cambios culturales" (casos de la despenalización del consumo de marihuana, o el rechazo a la baja de la imputabilidad penal de los menores, en Uruguay). 
Los gobierno que acaban de ser revalidados en las urnas en Brasil y en Uruguay afrontan los mismos desafíos que se le presentan aquí al kirchnerismo, hasta el fin del mandato de Cristina y más allá: como conjugar la defensa de los logros alcanzados en estos años con la necesaria profundización de sus programas, en busca de las cuestiones pendientes; incluso lo que se suelen denominar "reformas de segunda generación"; que den respuestas adecuadas a las nuevas demandas que los propios procesos de crecimiento económico con inclusión social, generan entre sus beneficiarios. 

Resuelto lo urgente (el empleo, el salario, el acceso a los consumos mínimos, la escolarización), se impone abordar lo necesario: la salud, la vivienda, el transporte público, la calidad en la educación, los desequilibrios de la estructura productiva. 

O mejor aun: como poner en acto -con las políticas adecuadas- la comprensión teórica de que una cosa no será posible sin la otra; porque no basta con ganar una elección: los actores no institucionales -que no compiten con las reglas democráticas- no se resignarán a ceder en sus demandas por la simple circunstancia de un resultado electoral; como lo comprobó la inmediata reacción negativa de los "mercados" brasileños al triunfo de Dilma, tal como sucedió acá poco después del 54 % de Cristina en el 2011. 
Sin embargo el dato político más relevante (y de más utilidad para el análisis en clave argentina) que arrojan las elecciones en buena parte de América Latina es que no hay plafond social, político ni electoral para los "ajustes" tradicionales, o para un retorno más o menos explícito a las políticas neoliberales de los 90'; ni siquiera con la promesa -brumosa- de que luego de alcanzado por esa vía cierto "equilibrio" de las variables macroeconómicas, el futuro será mejor. 

Incluso la contundencia del triunfo de Evo Morales en Bolivia está relacionada con el paradigma exactamente opuesto (un proceso de crecimiento económico combinado con amplia inclusión social y consagración de nuevos derechos); del mismo que la derrota de Piñera en Chile marcó claramente los límites de la "utopía gestionaria" de la derecha, ante demandas bien concretas por bienes públicos básicos, como el acceso masivo a la salud o la educación. 

Sería un error para las derechas del continente (incluyendo a la nuestra, en sus diferentes ofertas electorales) reducir la cuestión a una supuesta alienación de la conciencia política de los ciudadanos, por la seducción de los mecanismos clientelares del populismo: muy por el contrario, hay en los últimos resultados electorales del sub continente un claro registro de memoria histórica, y una aguda intuición sobre los riesgos que se correrían de volver a determinadas políticas.

Tan en tela de juicio está -para muchos en América Latina- la famosa teoría del "derrame"; que la propia derecha comienza a tomar nota de ello, y a prometer (como lo hizo Macri acá, o Aécio Neves en Brasil; o como había hecho en su momento Capriles en Venezuela) sostener algunos logros sociales de la última década signada por las experiencias "populistas". Sin embargo, buena parte de los electores uruguayos y brasileños no creyeron en las mismas promesas, hechas por los equivalentes de todos ellos, en sus respectivos países. 
Un contexto no muy distinto -se nos ocurre- a aquel en el que votaremos los argentinos el año que viene; y un desafío no menor a la hora de definir el discurso para una oposición que -hasta aquí- vino pescando en la pecera del electorado furiosamente anti k; que supone que hay que hacer tabla rasa con todas las políticas públicas instrumentadas desde el 2003 para acá.

En ese marco, medidas como la nueva moratoria previsional no son sólo anti-cíclicas en términos económicos, sino fundamentalmente políticos; porque introducen la duda sobre las opciones electorales en ese tercio de los votantes que fluctúa entre apoyar al gobierno o votar a alguna de las opciones opositoras; según el clima en el que se vota, la percepción de su propia situación y la naturaleza de lo que se pone en juego en cada elección.

El contexto supone un desafío también para la resolución de la oferta electoral del kirchnerismo en el marco de las PASO: el presupuesto previo de cualquier candidato que quiera jugar allí debe ser -tal como lo viene marcando hace bastante Artemio López- la asunción sin complejos de la defensa del proyecto iniciado en el 2003, y el compromiso contundente de profundizarlo a futuro; en sus líneas centrales: defensa del empleo, el salario y el consumo, protección de la industria nacional, fortalecimiento del rol del Estado, sostenimiento y ampliación del piso de protección social, política exterior autónoma con eje en los procesos de integración regional, plena vigencia de las políticas de memoria, verdad y justicia.

Cumplido eso, es posible que -tal como pasó en nuestros vecinos- buena parte del electorado suponga que es preferible optar por una continuidad política a la cual se le exijan cambios, que hacerlo por un cambio político que prometa -de un modo zigzagueante, confuso y contradictorio- ciertas continuidades.

La asunción -por el contrario- de parte de la agenda del adversario hacia la derecha del mapa político sería no sólo un retroceso en términos políticos, sino una apuesta de dudosa eficacia en términos estrictamente electorales.

Fuente: Nestornautas