lunes, 26 de octubre de 2015

Hay balotaje

La principal incógnita política de los últimos años (si la elección presidencial se resolvía en primera vuelta o no) quedó despejada ayer, y del peor modo: con un triunfo ajustado de la fórmula del FPV, por apenas el 2,51 % de los votos; con el 96,93 % de las mesas escrutadas. 

Un resultado que no estaba en los cálculos de nadie (ni siquiera en el de las propias consultoras contratadas por la oposición, y aun de sus propios dirigentes) y que pone en entredicho -por lo exiguo- la certeza de un triunfo que hasta ayer se suponía seguro; del mismo modo que obliga a la reflexión y la autocrítica tan profundas y necesarias como rápidas: hay apenas cuatro semanas por delante para una elección crucial para el destino del país, a la que llegamos con la necesidad apremiante de redoblar el esfuerzo para ganarla.

Conforme avanzaba ayer el día y la euforia de "Cambiemos" demostraba que habían logrado el objetivo de forzar la segunda vuelta, crecía la incertidumbre de éste lado, que se terminó de despejar cuando habló Scioli, con el discurso propio de un candidato que lanzaba su campaña para el balotaje; y al parecer -al menos por lo que dijo- dispuesto a ganar o perder con el kirchnerismo; después de haber alternado en la campaña gestos de alineamiento y de "independencia".

Se pueden hacer en caliente muchos análisis sobre lo ocurrido ayer, y seguramente en cada distrito los compañeros harán el propio, o intentarán intuir lo que pasó en otros, como la provincia de Buenos Aires; el distrito clave por su peso específico, y por la enorme carga simbólica de haber perdido la gobernación.

Que el modo en que se saldaron las internas (presidencial y de la PBA), que la actitud de Randazzo, que como jugaron los "barones" del conurbano, que si había que haber ido al debate o no, que los carpetazos contra Anibel, pero lo real y lo concreto es que desde las PASO del 9 de agosto una diferencia que había sido con el conjunto de las fórmulas de "Cambiemos" de 1.930.000 votos se redujo a apenas 612.000, con casi el 97 % de las mesas escrutadas; y por cada voto adicional que logró captar Scioli, Macri sumó casi 7. 

Y su ascenso parece -al menos a priori- no haberse construido sobre el declive de Massa, porque el tigrense logró superar en 558.000 votos su marca (sumado a De La Sota) de la elección anterior. Un análisis más fino y con el paso de los días irá arrojando más luz sobre el asunto, pero lo que está claro es que son cifras que marcan a las claras que lo que hay que analizar es lo que se hizo mal -por lo menos- desde el 9 de agosto para acá; porque no se lo puede volver a repetir de cara al 22 de noviembre: se ha dicho muchas veces que es de necios esperar mejores resultados, obstinándose en utilizar los mismos métodos.

En tal sentido hay que reconocer que el adversario logró darle mística a su campaña, convertida en una especie de cruzada de los purísimamente buenos contra los químicamente malos; un eje de discusión muy conveniente para eludir el debate político real, que no es otro que la confrontación de modelos de país.

Por contraste, de nuestro lado muchos votaron al candidato "con cara larga y desgarrados" (por utilizar la expresión de Horacio González que tanto dio que hablar no por él, sino por ser representativo de muchos), algo que es legítimo desde el punto de vista personal, pero que visto de la óptica del conjunto dista de lo que se requiere: quien no está plenamente convencido, mal podrá convencer a otros. 

Y por "convencido" entendemos no renegar de la propia opinión sobre el candidato, sino que se tiene la plena conciencia de lo que estaba y está en juego (llamésmole si quieren la contradicción principal), ante cuya trascendencia se debieran subordinar los gustos personales; aun los fundados en respetabilísimas convicciones ideológicas. 

En ese contexto y con un adversario que llegaba "motivado" (y lo estará más aun para el tramo final, con los resultados de ayer) poco ayuda el estilo "amigable" del candidato y los gestos simbólicos que desde allí despliega y claramente no sumaron en campo ajeno (no por lo menos de un modo ostensible), y es posible que terminen restando en el propio. No hay que menospreciar la influencia de esas cuestiones porque se las suponga acotadas a una minoría altamente politizada, porque a la larga terminan trascendiendo ese marco; mas en una elección en la que los márgenes de definición son tan acotados.

Por lo que se pudo ver (al menos acá en Santa Fe) hubo poco contacto de la fórmula con la "gente de a pie" mientras el adversario planteaba -aun como estrategia publicitaria- la idea de la "timbreada" como un contacto cercano, íntimo y personal: la imagen se multiplica por los medios para que los que no recibieron la visita de Macri crean que es un tipo accesible, común y como ellos; y no quien y lo que realmente es.

En contraste hubo mucho roce "institucional" de Scioli en lugares donde no se suman votos sino se trata de "buscar apoyos" cuando uno ya está instalado en el gobierno: acá en Santa Fe los últimos dos actos importantes de campaña fueron la presencia de los candidatos locales y Urtubey en ADE (cuyo último visitante "ilustre" había sido nada menos que Cavallo), y de la fórmula presidencial en la Bolsa de Comercio ante lo más granado del garcaje local; que los "examinó", los destrozó por los medios locales y seguramente votó en masa a Macri como tenía pensado desde mucho antes. 

Los anuncios del futuro gabinete tuvieron el deseo de mostrar que la elección ya estaba ganada y se pensaba en el gobierno, pero también -no sería honesto de nuestra parte desconocerlo- el de sobreactuar "independencia" del kirchnerismo duro; y por ende la caben la mismas consideraciones del párrafo anterior: hay que ver si sumaron afuera, o si por contraste- no terminaron restando adentro.

Claro está que no se le puede desconocer a quien aspira a gobernar el derecho de elegir sus colaboradores (aunque para eso debe ganar primero las elecciones), ni se le puede pedir a Scioli que ahora de marcha atrás y empiece a cambiar nombres que puedan haber sido "pianta votos". En todo caso lo que hay que hacer de acá en más, con las cartas ya echadas, es obligar a Macri a blanquear su propio gabinete, porque eso lo obligaría a abandonar el cómodo terreno de las generalidades, para entrar en el terreno -que para él puede ser fangoso- de las concreciones de su programa de gobierno.

También se pueden apuntar como errores -desde nuestra modesta opinión- que se desviaron lo que debían ser los ejes de la campaña embarcándose en discusiones anticipadas (y claramente extemporáneas) sobre la reconfiguración a futuro del dispositivo político del oficialismo; o sobre los cambios que se sobrevendrían en un futuro gobierno del FPV: el caso de Urtubey y sus declaraciones sobre el arreglo con los buitres son el mejor ejemplo al respecto.

Se podrían seguir sumando más elementos para el análisis -como si los anuncios sobre Ganancias debieron haberse hecho antes y no como un manotazo de ahogado, como parece hoy, resultados a la vista-  pero lo real y lo concreto es que las cosas son como son, y no siempre como a uno le gustaría que fueran; y como suele repetir siempre Cristina, el pasado está a la vuelta de la esquina; y ayer pudimos comprobar que es dolorosamente cierto.

Claro que nada está dicho, y de nosotros -en parte- depende que no vuelva.

Fuente: Nestornautas