lunes, 21 de noviembre de 2016

La burguesía nacional y la lluvia de inversiones

Hemos dicho antes que la "burguesía nacional" era para el peronismo algo así como el unicornio azul: un objeto del deseo permanente, que se perdió una vez y que parece destinado a nunca recuperarse.
Y no es que el planteo peronista estuviese errado, sino todo lo contrario: una de nuestra grandes carencias como país es -justamente- no tener una clase empresaria con vocación auténticamente burguesa, emprendedora y con sentido nacional; que sin dejar de perseguir su beneficio propio, pusiera una miradas más amplia en el desarrollo y el crecimiento del país.


Por el contrario, la oligarquía terrateniente (la clase que hizo y para la cual se hizo la Argentina moderna) fue siempre rentista y poco afecta al riesgo, aferrada a las ventajas comparativas de nuestro suelo y clima que proveían la renta agraria diferencial; y ausentista: con la mirada siempre puesta en Europa, y lista a la fuga de los excedentes apenas tuviera la menor posibilidad.

Rasgo éste último -la propensión compulsiva a la fuga- que comparte como característica estructural con el empresariado industrial, con alguna que otra honrosa excepción. Ese empresario que muchos tildan a su vez de prebendario, prendido a la teta de los subsidios y la protección estatal, o poco propenso a invertir y asumir riesgos.

Con el paso del tiempo y las transformaciones en la estructura productiva (en especial a partir del desarrollo del modelo de agronegocios) quizás haya cambiado la caracterización del empresariado agropecuario, que pasó a incorporar tecnología para mejorar la producción, pero también ingresó en una escala que lo hizo más vulnerable a las corrientes del capital financiero internacional, en el marco de la globalización.

Sin embargo, pese a esos cambios y los evidenciados en el mismo lapso en la estructura industrial, al compás de los vaivenes económicos del país, otro rasgo permaneció indemne junto a la tendencia atávica a fugar capitales que se retaceaban a la inversión, y a  la concentración económica: la extranjerización del tejido productivo nacional, transfiriendo la propiedad de las empresas nacionales a manos de capitales del exterior.

Como acaba de hacer Gustavo Grobocopatel, el "rey de la soja", con inversiones en el país y en otros de la región, cediendo el control del 75 % del paquete accionario de "Los Grobo": si él hace eso en pleno boom agropecuario como consecuencia de las políticas del macrismo ¿qué quedará para una Pyme textil o metalúrgica, o para cualquier rama de la industria que cuenta hoy con una capacidad instalada ociosa del 40 % en promedio?

Va de suyo que en esas condiciones no captarán inversiones extranjeras (¿quién invertiría en un mercado interno que se contrae mes a mes?), pero es muy probable que tampoco logren subsistir.

Sin embargo, el caso de los Grobo expone claramente los límites y los efectos del modelo económico de "Cambiemos", tanto como los límites del horizonte de nuestra "burguesía nacional", de la que Grobocopatel  es uno de los exponentes más esplendentes en todos estos años de boom sojero: muchas de las inversiones extranjeras que Macri celebrará como prueba de la confianza en su gobierno no son sino excursiones de shopping de capitales extranjeros, para quedarse a precios de ganga con el control de empresas argentinas que operan en nichos de rentabilidad, aprovechando las ventajas de la devaluación.

Inversiones que no ayudan a ampliar o transformar la estructura productiva del país, o su capacidad exportadora, ni a superar la restricción externa; y que colocan las palancas de sectores claves para el desarrollo del país o para su acceso a las divisas (en éste caso más lo segundo que lo primero), en manos extranjeras.

Fuente: Nestornautas