martes, 18 de octubre de 2011

La verdad y los prejuicios

Miguel Del Sel, patología social
Por Pablo Bilsky

Las declaraciones de Del Sel sobre la Asignación Universal por Hijo no necesitan ser ciertas. No pretenden ni aspiran a la verdad. Apuntan a prejuicios de pequeñas porciones resentidas de la clase media. El prejuicio, por definición, nada tiene que ver con argumentos ni razones. Carente de propuestas, a la derecha sólo le queda apuntar a las patologías, los miedos irracionales, los traumas colectivos. Los medios concentrados dan aire a estas manipulaciones. El rancio tufo que exudan las palabras del comediante será pronto disipado por el piadoso viento, pero sus palabras habilitan preguntas sobre el discurso político.

Las consideraciones de Miguel del Sel no son ciertas porque no tienen referente real dentro del mundo conocido. Sin embargo, no necesitan de eso. No pretenden ser ciertas ni comprobables. Tienen su referente, su anclaje, en otra parte.

En pequeñas, insignificantes porciones de sectores medios, expresiones como las de Del Sel se repiten todavía, una y otra vez, como un mantra, como una letanía. Cuando las palabras se ritualizan y se convierten en mantras se desvinculan de la verdad, no necesitan un referente en el mundo real, sino que se relacionan con los oscuros e insondables entresijos de las patologías, los miedos y los prejuicios inconfesables.

“Mentime que me gusta”, parecen rezar una minúscula minoría de resentidos que no solicitan verdad, sino la confirmación de sus prejuicios, miedos, miserias y envidias. A esos sectores antipolíticos, políticamente impotentes, parece apuntar la estrategia electoral del PRO, demostrando una vez más la incapacidad de la derecha para construir consensos a partir de propuestas concretas, a partir de un discurso verdaderamente político y no patológico.

“Mentime que me gusta, confirmá mis prejuicios. Quiero ver publicados en primera plana mis más inconfesables resentimientos”, sería una forma de explicitar aquello que acaso nunca será dicho y que subyace, agazapado, entre los pliegues racistas de los balbuceos de Del Sel.

La derecha y sus claques de los sectores medios experimentan un cerril rechazo por los subsidios, las ayudas y toda intervención estatal en la economía. Pero queda claro que el rechazo es ideológico. Implica una cerrada defensa de los intereses de los más poderosos, pero se da de patadas con la verdad, con la justicia, con las cifras contundentes.

La Asignación Universal por Hijo ha sido uno de los blancos preferidos de los poderes fácticos. Pero esta medida cosechó elogios en todo el mundo, no sólo en los organismos internacionales, sino incluso en la prensa extranjera no siempre amiga de la gestión de Cristina Fernández.

El lunes 5 de septiembre el diario británico The Guardian destacó la implementación de la Asignación Universal por Hijo, que “restablece los lazos familiares con las escuelas”. "Los pagos en efectivo a padres en situación de pobreza, a condición de que sus hijos sigan yendo a la escuela y cumplan con controles de salud, está teniendo un impacto positivo", señala el artículo del diario británico, que reproduce el informe firmado por Marcela Valente, de Inter Press Servicie (IPS).

Pero nada de esto importa a la hora de poner en funcionamiento el perverso y patológico mecanismo del prejuicio, una ominosa maquinaria que tanto daño y tanto horror produjo en los momentos más oscuros y violentos de la humanidad.

La derecha argentina ha necesitado siempre de la violencia, física y simbólica, para imponerse. La derecha trabaja para los más ricos, para las elites, y les cuesta mucho convencer a las mayorías. Y cuando los argumentos faltan, buenos son los miedos, los prejuicios, las envidias, los resentimientos. Tan buenos son, piensan los estrategas de la derecha, que, bien manipulados, pueden obrar el milagro y hacer que los ciudadanos voten en contra de sus propios intereses de clase. Por eso apuntan a sectores que históricamente han participado de fenómenos sociales de esta naturaleza.

Ciertos sectores racistas, proclives a salir en defensa de los más poderosos, están siempre en la mira de los estrategas de la derecha. Por esas grietas patológicas se cuela el discurso siempre falaz de los sectores más concentrados de la economía, esos que por estos días causan tanta indignación en todos los rincones del planeta.

El balbuceo racista de Del Sel va más allá de quien lo pronunció. Remite a toda una estrategia de manipulación y utilización de los medios por parte de los poderes fácticos y sus empleados: una estrategia falaz, sólo viable en un contexto de concentración monopólica de medios.

Los medios de comunicación concentrados al servicio de los intereses económicos más conservadores intentan defender lo que los especialistas en análisis de discurso denominan “hegemonía discursiva”, situación que depende de la correlación de fuerzas existente en cada momento.

Más allá de este hecho obvio, los medios hegemónicos imponen y construyen estructuras ideológicas mucho más difusas, más implícitas y profundas: definen el grado de legitimidad y verdad de los enunciados, crean sus propios esquemas persuasivos y de argumentación, marcan el límite de los pensable-decible en una sociedad, difunden temperamentos, predisposiciones, estados de ánimo, valores, axiomas, visiones del mundo, dogmas, fetiches, tabúes y profecías autocumplidas, otorgan mayor o menos aceptabilidad a las ideas que circulan, crean lugares comunes y, sobre todo, definen “el efecto de evidencia” o “efecto de realidad” propio de todo discurso.

Las palabras de del Sel no apuntan a la verdad, apenas al falaz “efecto de evidencia” que produce la confirmación de un prejuicio. Sus palabras no necesitan de la verdad. La desprecian. Intentan asirse de viejos fetiches, tabúes, miedos, envidias, para encubrir la falta de propuestas para las mayorías.

La derecha se toma, con desesperación, de los percudidos y hediondos faldones del racismo. Pero se cae. Las mayorías, y la verdad, están en otra parte.

Fuente: Redacción Rosario