viernes, 30 de diciembre de 2011

La banalidad del mal

Oligarquía y cáncer, otra vez

Por Pablo Bilsky.

Los comentarios de festejo aparecidos en la edición on line de La Nación por la enfermedad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya son moneda corriente. Representan a buena parte de la oligarquía, que siempre se sirvió de la muerte para imponer sus intereses. Pero además de lo brutal e inhumano, dejan claro otro componente, menos importante desde el punto de vista ético, pero muy notable: la necedad, la estupidez, la falta de reflexión y, quizás, también, lo que Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”.

Una vez más La Nación debió cerrar los comentarios de sus lectores “por la sensibilidad del tema”, eufemismo que se refiere a la cantidad de mensajes de festejo, sospecha, resentimiento y odio por la enfermedad de la Presidenta. Una vez más, como ocurrió el 20 de diciembre con la muerte del subsecretario de Comercio Exterior, Iván Heyn los editores del diario de los Mitre tuvieron que taparle la boca a sus propios lectores en un acto de hipocresía que repugna tanto a más que el odio de los comentaristas.

El diario de los Mitre apoyó siempre a las oligarquías y los grupos concentrados, todos ellos manchados con sangre. “Pero si hay miseria, que no se note”, parecen decir los editores de La Nación. Una cosa es apoyar a los genocidas, una cosa es bancar y beneficiarse con todos los golpes de Estado, pero otra, bien distinta, es decirlo así, tan abiertamente. Esta parece ser la posición de La Nación ante el odio que ellos mismos alimentan cada día desde sus páginas.

De algún modo, los lectores de La Nación, resentidos y a la vez desbocados y torpes, rompen ese pacto de disimulo que alienta el diario, muestran las cartas. Y con esto delatan y dejan al descubierto a quienes los alimentan de ese odio. Por este motivo, tienen que ser censurados por los mismos que día a día los proveen del estiércol que devoran con avidez y que luego vomitan, apresurados, irreflexivos, cada vez que la muerte (vieja amiga de la oligarquía) golpea a un gobierno que odian.

¿La banalidad del mal?

Con la polémica expresión “banalidad del mal” la intelectual alemana Hannah Arendt (1906-1975) hacía referencia al daño que son capaces de causar a sus semejantes ciertos “individuos comunes”, que no son especialmente enfermos, que no son, en lo exterior, monstruos de aspecto bestial, sino simples burócratas “que cumplen órdenes”, o simples ciudadanos que no reflexionan sobre las consecuencias de sus actos y sus dichos.

Arendt se refería al criminal nazi a Adolf Eichmann, juzgado en 1961 por genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. En 1963, la intelectual alemana, que cubrió el juicio como periodista, escribió el libro Eichmann en Jerusalén y acuñó la expresión, siempre polémica y discutida, porque para algunos analistas, minimiza la responsabilidad de los asesinos, apela a una suerte de obediencia de vida y deja de lado el carácter peligroso de ciertas ideología que preconizan la destrucción del semejante.

Pero más allá de esta discusión, la difícil tarea de pasearse por los comentarios de los lectores de La Nación sobre la Presidenta deja un regusto, amargo, que de alguna manera, aunque parcial, hace pensar en lo banal, lo irreflexivo, la frivolidad y la estupidez que han caracterizado a las élites argentinas y que, ahora, muestran estos “ciudadanos comunes” que, en apariencia, no son ni enfermos ni monstruos.

Claro: comparado con el apoyo a los genocidas, el racismo y el odio, resulta banal analizar la banalidad en estos casos. Pero, sin embargo, de algún modo, estos componentes completan el cuadro, y aportan a una caracterización de las clases dominantes en la Argentina.

Una vez más vivaron el cáncer. Podría pensarse que, tal vez, están del lado del cáncer, porque ellos mismos, como clase, han sido una suerte de cáncer para la Argentina. Pero esta idea es, en verdad, equivocada y descartable: el cáncer es un mal, lamentable, claro, pero de la naturaleza, y surge de los oscuros entresijos de la biología. Las metáforas biológicas no son adecuadas para describir fenómenos históricos ni sociales. No: la oligarquía es un producto del devenir histórico. Y puede erradicarse, sin vacunas, sólo con la movilización popular, y con el avance de la historia, que es como decir el avance de lo humano contra la barbarie.

Fuente: Redacción Rosario