jueves, 1 de marzo de 2012

El poeta y educador que nunca se dio por vencido ni aun vencido

Se lo conoce más por su pseudónimo que por su nombre verdadero, Pedro Bonifacio Palacios. Pintor frustrado, periodista, maestro rural y crítico de la corrupción política de su tiempo, su obra poética no integra el canon literario.

Por Tomás Forster

Hijo irreverente, bastardo y original de la generación del ’80; poeta profético, profuso y volcánico; maestro rural y guía entrañable de niños y jóvenes. Hombre solitario, reacio a las convenciones edulcoradas de los adultos. Se concibió a si mismo como un misionero cultural a la usanza del primer cristianismo e hizo de su obra un espejo de su propia vida atravesada por una moral práctica inquebrantable. Pintor frustrado, periodista, crítico de la corrupción que atravesaba a los políticos conservadores de su tiempo, admirador luego desencantado de Domingo Faustino Sarmiento, nombre fundamental de una raíz del pensamiento argentino nacida entre la profundidad de la llanura bonaerense y los suburbios de la orgullosa capital.

Todo eso fue Pedro Bonifacio Palacios, fallecido un 28 de febrero de 1917, cuando el mundo se sacudía por los estragos que generaba la Primera Guerra Mundial, la gran Revolución Rusa vivía su primera etapa burguesa, e Hipólito Yrigoyen comenzaba el segundo año de su primer mandato.

Bonifacio Palacios fue popularmente conocido por el pseudónimo que solía utilizar en sus escritos: Almafuerte. Este nombre fue recuperado por la banda más convocante y representativa del heavy metal nacional que, en varias de sus letras, hace alusiones a poemas de Palacios e, incluso, le llegó a dedicar un tema.

Omitido por la maquinaria del canon literario por su desapego hacia cualquier pulcritud técnica, sus poemas contuvieron una fuerza arrolladora y una sensibilidad en la que siempre se hicieron presentes los pesares y las desventuras humanas. El halo mesiánico que gobernó su poética, fue personificado por Almafuerte en el criollo humilde de las pampas, que detentaba, según su perspectiva, la genuina moral cristiana de su tiempo.

Jorge Luis Borges escribió sobre él: “Escritor olvidado con injusticia, hombre que hubiera sido en plena barbarie fundador de una religión, en plena civilización un Butler o un Nietzsche”.

En el prólogo que trazó para las Poesías Completas de Almafuerte, Rubén Darío consideró: “Almafuerte, entre la palabra por la palabra, prefiere la idea por la idea. Tanto mejor. Lo que no podrá nunca negársele es una profunda y sana sinceridad”.

Sus versos, inarmónicos y toscos, lograban poner el énfasis en las intuiciones espirituales que los envolvían. Almafuerte tenía algo para decir y le resultaba irrelevante pensar desde dónde lo decía y cómo lo decía. En ese punto, puede ser asemejado con un hombre que de cristiano tenía poco y nada, pero que sabía mucho del esfuerzo que suponía el oficio de escribir: Roberto Arlt. El creador de “Avanti” y el cronista del diario El Mundo, tenían un punto vital en común: las penurias económicas que los limitaban y la creencia en que el sacrificio terrenal encontraba su horizonte en esta misma vida. En el prólogo que escribe en su novela Los lanzallamas, Arlt conjeturaba: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”. Estas líneas podrían ser perfectamente atribuidas a Pedro Bonifacio Palacios dado que tienen también un tono mesiánico, poco frecuente en el autor de El juguete rabioso.

Fuente: Tiempo Argentino

¡Avanti!

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

¡Piu Avanti!

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!

¡Molto piu Avanti!

Los que vierten sus lágrimas amantes
sobre las penas que no son sus penas;
los que olvidan el son de sus cadenas
para limar las de los otros antes;
Los que van por el mundo delirantes
repartiendo su amor a manos llenas,
caen, bajo el peso de sus obras buenas,
sucios, enfermos, trágicos,... ¡sobrantes!
¡Ah! ¡Nunca quieras remediar entuertos!
¡nunca sigas impulsos compasivos!
¡ten los garfios del Odio siempre activos
los ojos del juez siempre despiertos!
¡Y al echarte en la caja de los muertos,
menosprecia los llantos de los vivos!

¡Molto piu Avanti ancora!

El mundo miserable es un estrado
donde todo es estólido y fingido,
donde cada anfitrión guarda escondido
su verdadero ser, tras el tocado:
No digas tu verdad ni al mas amado,
no demuestres temor ni al mas temido,
no creas que jamas te hayan querido
por mas besos de amor que te hayan dado.
Mira como la nieve se deslíe
sin que apostrofe al sol su labio yerto,
cómo ansia las nubes el desierto
sin que a ninguno su ansiedad confíe...
¡Trema como el infierno, pero rie!
¡Vive la vida plena, pero muerto!

¡Moltíssimo piu Avanti ancora!

Si en vez de las estúpidas panteras
y los férreos estúpidos leones,
encerrasen dos flacos mocetones
en esa frágil cárcel de las fieras,
No habrían de yacer noches enteras
en el blando pajar de sus colchones,
sin esperanzas ya, sin reacciones
lo mismo que dos plácidos horteras;
Cual Napoleones pensativos, graves,
no como el tigre sanguinario y maula,
escrutarían palmo a palmo su aula,
buscando las rendijas, no las llaves...
¡Seas el que tú seas, ya lo sabes:
a escrutar las rendijas de tu jaula!