jueves, 3 de mayo de 2012

Adrián Ventura, cipayo

En el discurso que improvisó hace unos minutos, la Presidenta se refirió al odio ciego que expresan algunos (todos sabemos quiénes) contra el gobierno.
Es que Adrián Ventura, de TN, se mostró ofendido, victorianamente escandalizado por la actitud de la embajadora Alicia Castro en Londres.

La diplomacia, dijo más o menos Ventura, es una cuestión secreta y de largo plazo, y no se hace para el diario de mañana. Y la actitud de la embajadora, dijo, fue vergonzosa. Ventura se ha sentido avergonzado de estar representado por una mujer (Alicia Castro) que defiende la postura argentina.
En definitiva, se puso del lado del embajador William Hague y del gobierno británico como hace una semana de Rajoy, de Brufau y de cierto ministro español (esto lo ocultó Ventura) procesado por lavado de dinero en las Baleares, ese que nos amenazó con enviar la Armada Invencible.
Ventura es un verdadero caballero inglés. El amaneramiento verbal de sus comentarios (que hasta Jorge Asís imita bastante bien) me recuerda al de varios exponentes de la típica oligarquía argentina. Y quien se sorprenda, debe recordar que hay una vieja oligarquía, la de los apellidos fundadores de la patria mitrista (Anchorena, Martínez de Hoz, Duggan) como dijo un amigo, cuya fortuna fue amasada con la entrañable bosta de caballo de los ejércitos roquistas; y una nueva oligarquía, la que se fue conformando luego de 1955 y proveniente de posteriores etapas de inmigración: Gostanian, Menem, Eurnekian, Ventura, Werthein.
Me pregunto si es odio (como dijo la Presidenta) lo que los une. Es cierto que hay un odio gorila del que Lilita Carrió es su exponente más ligado a la enfermedad mental crónica. Pero sospecho que en su fuero interno, Cristina Fernández de Kirchner piensa (como peronista y no como Presidenta) que no es odio, que no es odio sino puro y simple cipayismo.
“Cipayo” es un término fuera de moda. Incluso algunos que lo usan no conocen su origen otomano e inglés. Era la infantería de los ejércitos coloniales, reclutados entre los nativos.
Sin embargo, no solo la infantería nativa (de las colonias, luchando contra sus compatriotas) era cipaya. Hubo y hay un amplio pensamiento cipayo. Rudyard Kipling fue un nacido en Bombay a quien se recuerda como un escritor inglés que veneró el colonialismo. Su novela Kim y el poema Gunga Din son apologías a la traición y a la supremacía blanca en India. Kipling no era natural de la India sino hijo de un oficial británico y una mujer inglesa. Y lo menciono porque el diario La Nación, donde escribe Adrián Ventura, jamás oculta su veneración retrospectiva y nostalgia al colonialismo inglés.
“Cipayo” ya no está de moda.
Algunos dicen que, como cambiaron las épocas, es algo anacrónico. No lo es. Por el contrario, como desde hace un tiempo estamos todos juntos, confundidos y manoseaos, es necesario volver a distinguir, separar los tantos. Y no me vengan con la acusación de chauvinismo.
La mía es una especie de discriminación positiva que es preciso expresar en democracia: Adrián Ventura es un cipayo porque su pensamiento está situado en el Imperio, forma parte de la extendida familia antinacional, y su argentinidad se limita al pasaporte, documento que lo identifica y domicilio registrado. 

Fuente: Patria o colonia