martes, 24 de noviembre de 2015

La derrota de todos

La captura de pantalla con los datos del escrutinio cuando se llevaban escrutadas el 99,04 % de las mesas y la diferencia entre Scioli y Macri es del 2,84 % (con el 99,08 % seguía bajando, al 2,82 %) es para poner en contexto estas líneas escritas en caliente, con la bronca y el dolor de la derrota.

Una derrota que estaba en las posibilidades (de hecho, era la posibilidad más concreta) pero que terminó siendo por cifras muchos menores a las que anunciaban (¿u operaban para convencer a los indecisos y que la militancia bajara los brazos?) la mayoría de las encuestadoras; que hablaban de una diferencia de entre 6 a 10 puntos, y otras auguraban aun más, así como que Macri superaría el 54 % de Cristina en el 2011; como si pudieran comparar las circunstancias mediando o no balotaje.

Como por arte de magia, desaparecieron el fraude y el clientelismo (incluso en Tucumán, donde Macri volvió a perder), y pasamos de ser un país bananero a una democracia escandinava; por obra y gracia de unos 708.000 votos de diferencia en un universo de casi 26 millones de sufragantes; y la "dictadura que se aferraría al poder con uñas y dientes  y apelaría a cualquier artimaña para conservarlo" aceptó la derrota sin chistar, como debe ser en democracia. Y como no lo hacen ellos: ahí andan todavía Cano y Costa interponiendo artilugios tribunalicios en sus respectivas provincias, tratando de llegar a la Corte.

Como si no fuera poco que no exista el más mínimo atisbo de autocrítica opositora respecto a la sarta de pelotudeces que dijeron hasta horas antes del comicio y en plena veda, ahí anda Carrió diciendo que la diferencia fue mucho mayor, y les birlaron votos en el correo.

Es que como ya lo habían anticipado sus voceros mediáticos, la diferencia final no era un dato menor o irrelevante: cuando hacían circular encuestas con cifras mayores a los 10 puntos de diferencia estaban buscando instalar un triunfo rotundo, que legitimara el ajuste. Porque la comparación con las cifras de Cristina en el 2011 tenían ese propósito: ellos sí pensaban (y piensan) en serio que un 54 % de los votos autorizan a "ir por todo".

Pero no vamos a pumearla esquivándole el bulto a la cosa: digna o no, una derrota es una derrota, y la victoria le confiere -en democracia- al ganador el derecho de ejecutar su programa de gobierno; ese que nunca se avino a explicar claramente en campaña, y que muchos de sus votantes prefirieron ignorar cuando se filtraba por errores no forzados de algún referente de "Cambiemos"

Se perdió y perdimos todos, aunque no todos hayamos tenido la misma cuota de participación y responsabilidad en la derrota: la militancia hormiga que protagonizó en las últimas semanas una conmovedora "campaña desde abajo" que no alcanzó para ganar, pero que acaso contribuyó a evitar una derrota aun peor no se merecía perder, y dejó todo de sí por el triunfo.

Lo que nos deja un dato a futuro que no puede soslayarse en la larga y necesaria tarea de la reconstrucción del campo popular tras la derrota; cuando muchos de los dirigentes que le sacaron el culo a la jeringa durante la campaña están pensando como acomodarse bajo el sol de la gobernabilidad macrista. La gente de a pie movilizada en la calle marcó cual es el camino a seguir en el futuro. 

Pero lo cierto es que se perdió, y los pases de facturas internos deberán quedar para otro momento, cuando la cabeza esté más fría y cuando no se corra el riesgo cierto (como se corre a partir de ahora) de que traten de empiojarle a Cristina los días finales de su mandato, porque quieren que el kirchnerismo tenga un final aleccionador: quieren que un proceso político que gobernó más de 12 años el país sin un sólo día de estado de sitio deba irse en medio de un golpe económico, un caos social y en helicóptero. En eso andan, para después poder justificar el ajuste en "la pesada herencia recibida".

Al candidato Scioli nada (o casi nada) queda que reprocharle, o por lo menos no más que a otros protagonistas de la campaña. En todo caso sí carga en el debe con las deficiencias de su gestión en la provincia de Buenos Aires, donde una diferencia mayor pudo haber dado vuelta el resultado: se podría decir que Scioli fue mejor candidato que gobernador; pero insistimos, más adelante llegará el momento de analizar en detalle los factores que condujeron a la derrota.

De hecho, en el discurso de aceptación de la derrota estuvo -a nuestro entender- muy claro cuando enumeró los logros de este proceso político que debemos comprometernos a trabajar para que se mantengan: en modo Scioli, fue tanto como haber dicho "nunca menos"; lo que no es poco como señal a futuro, y hacia el peronismo. 

La gente (o una buena parte de ella) "quería cambiar" y cambió, aun sin saber en que consiste realmente el cambio que propone Macri, o sabiéndolo y aceptándolo, lo mismo da. Y esa idea del "cambio" terminó prevaleciendo sobre cualquier otra consideración; e intentar contrarrestarla fue como remar en dulce de leche, como lo pudo comprobar cualquiera que encarara algún mano en los tramos finales de la campaña, tratando de sumar votos. 

Lo que nos remite a un tema mucho más complejo y al que nunca terminamos de encontrarle la vuelta: cuando repetimos que "con el kirchnerismo volvió la política" suponíamos (erróneamente) que hay una sola forma en la que una sociedad se politiza, y por eso elegimos desde el principio (mucho antes de la elección de ayer) polarizar con Macri en términos ideológicos; sin medir el grado y las formas de politización real de la sociedad.

Al errarle en eso -por no encontrar la estrategia más adecuada para enfrentar una forma de politización que es la que propuso Durán Barba y aplicó a pie juntillas Macri- terminamos derrotados en las urnas por el rival con el que desde siempre quisimos confrontar. 

Quedan por delante días muy difíciles ya en lo inmediato, desde acá hasta el final del gobierno de Cristina: la legitimación electoral de una restauración neoliberal -que es lo que se viene en la Argentina, con proyección regional- es un desastre político de una magnitud que todavía hoy no se puede percibir, o dimensionar. 

Tanto como la magnitud y densidad del bloque de poder alineado detrás de Macri, bloque que se sacó del todo la careta los últimos días de campaña ante la ola triunfalista, para poder después participar del reparto: desde los medios que vertebraron todos estos años a la oposición y le editorializaron su discurso, hasta la Corte Suprema y los jueces adictos a "Cambiemos" que vienen sacudiendo al gobierno con fallos a cambio de los cuáles se quedarán (llave en mano) con el manejo del Consejo de la Magistratura y el Poder Judicial, abortando de antemano cualquier tentativa de reformas en ése antro corporativo y antidemocrático.

Sin olvidarnos de los grandes grupos económicos que reclamarán cada uno su porción del botín devaluador y ajustador: los bancos, las privatizadas de servicios públicos, los grupos exportadores y con posición dominante en la formación de precios, las patronales del campo y los fondos buitres.

Como símbolos del nuevo tiempo que se viene, veíamos como un ex juez de la dictadura condenado por violaciones a los derechos humanos solicitó fiscalizar la elección por "Cambiemos", y Cristiano Rattazzi efectivamente lo hizo, en una mesa en La Matanza: es gente que bien sabe que "pertenecer tiene sus privilegios".  

Frente a eso habrá que superar rápido el mal trago y volver a dar la pelea desde el lugar de la oposición, ése que otros ocuparon con comodidad estos 12 años, a sabiendas de que no necesariamente existirán "oficialistas" sociales con los que confrontar: el "oficialista" -se sabe- fue una creación del kirchnerismo. Es cuestión de sentarse a esperar nomás cuanto tardan muchos en decir que no lo votaron a Macri.

Les ganamos de mano: nosotros podemos decirlo ya mismo, hoy

Fuente: Nestornautas