jueves, 19 de noviembre de 2015

Nos une el amor, no el espanto

Por Daniel Cholakian

Varios medios de comunicación, en especial el diario La Nación, utilizaron la famosa frase de Borges “no nos une el amor, sino el espanto” para machacar sobre las diferencias entre los miembros de la fórmula del Frente para la Victoria o diversos grupos de participación e incluso agrupaciones dentro del mismo frente.

Lo primero que diría que tanto los escribas del diario como muchos otros opinadores han leído siempre a Borges como un liberal conservador (si lo han leído) y no como un poeta de la tragedia de la modernidad. Eso no es menor a la hora de considerar como entienden sus versos. De ahí que piensen que esa relación que enuncia en los versos finales de su poema “Buenos Aires” es una relación individual, de auto protección, de auto salvación, trasladando esa pobre interpretación a la amplia alianza que apoya la candidatura de Daniel Scioli a la presidencia de la Nación.

A diferencia de esa afirmación que supone que lo diverso, lo diferente, lo que porta una identidad fuerte se une sólo espantosamente, vengo a defender la relación amorosa que sostiene esta candidatura, relación que por otra parte se está haciendo presente en las calles por estos días.

La contingencia del encuentro en un momento concreto de la historia es lo que está en la base del gesto amoroso. Frente al supuesto idealista del amor eterno –que es parte de ese pensamiento individualista y conservador- el amor concreto, entre personas, no es sino un hecho histórico, devenido a partir de nuestras identidades en un momento concreto y surgido de la tensión entre la conservación de las individualidades y la construcción de un colectivo, al que se aporta todo en ese tiempo determinado. A decir de José Pablo Feinmann “el amor une a dos sujetos libres en una dualidad que forma una unidad en la diferencia”.

Este amor es el que nos une. El que nos permite construir con la tensión entre la unidad y la diversidad. Es la relación que nos permite discutir y conversar y encontrarnos en el abrazo. En el baile sin puesta en escena. En el silencio cómplice y el silencio de la introspección individual. Inclusive el silencio del enojo. El nuestro es un amor analógico, un amor en el que los toques se dan personalmente, en las plazas, las calles, los obeliscos. Un amor donde nos decimos que somos unos y otros, pero nos miramos a los ojos mientras cantamos consignas diferentes. Un amor en el que hay días para ese odio profundo que se soluciona pensando en lo que podes proyectar colectivamente y días de enamoramiento tan intenso que pensarás que todo es para siempre. Lo que nos une es el amor que permite imaginar la construcción de una genealogía, sin que ello implique predeterminarla.

Lo que nos une es un modo de entender la política, que sabe que a la hora de construir colectivamente no todo es tan lindo y consensuado como si las diferencias irreconciliables se pudieran dejar de lado, ni tampoco piensa que se pueden anteponer el fundamentalismo individual y las consideraciones personales por sobre toda perspectiva de futuro.

Eso es el amor que nos une, no el espanto.