martes, 19 de julio de 2011

Soy de derecha

La nueva agenda, el nuevo estilo, las nuevas formas y contenidos de la política que inauguró Néstor Kirchner y que se continúa con Cristina Fernández genera adhesiones y rechazos.

Uno de los aspectos más resaltantes es que esa polarización nos obliga a tomar partido lo que, para muchos, se trata de la despreciable polarización. Sin embargo, yo rescato la polarización. Hacia fines de los años 1980 el posmodernismo francés avanzó en ámbitos insospechados de la sociedad, se decretaba el fin. El fin de la historia, el fin de la política, el fin de la economía, el fin de la ciencia, pero sobre todo (y animado con la caída del Muro de Berlín): EL FIN DE LAS IDEOLOGÍAS. Nos quisieron hacer creer que TODO DA IGUAL. Que una u otra política es lo mismo, tanto la que beneficia a los más desprotegidos o aquella que los oprime… si total “la política no existe”, “la ideologías murieron”.

Sin embargo los principales protagonistas que promovieron el fin de las ideologías lo hicieron para los demás, porque ellos supieron interpretar que, en ese momento más que nunca, había que apoyar el neoliberalismo. Nos quisieron vender que el pensamiento único era lo mejor, y que sus políticas eran las únicas e irremplazables. Como es clásico en la derecha conservadora la muerte que se decreta es siempre la del otro, la del distinto, la del adversario, y la “gente como uno” es la referencia, lo bien, lo incuestionable, la norma. Todo lo demás atrasa, se diferencia frente a lo que debe ser homogéneo y pulcro como uno. Por eso, nos deben convencer que no existimos, que nos quedamos en una historia que ya murió blandiendo una ideología extinta.

La centralidad ideológica era tan evidente, tan omnipresente que no hacía falta ni debatirla ni nombrarla. Y la nueva política rompe esta centralidad generando y ejecutando políticas que cuestionan el pensamiento único: otra realidad es posible. Así, los tibios que se disfrazaban de progresistas y que eran de una izquierda sediciente, debieron tomar partido. La asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario, la recuperación del dinero de los jubilados, el aumento del presupuesto para la ciencia, la informatización de las escuelas, la nacionalización de Aerolíneas Argentinas, del aumento programado a jubilados, la integración latinoamericana, la lucha antimonopólica y sobre otros tantos temas debemos sacarnos las caretas y tomar partido: a favor o en contra.

Hoy hay quien se horroriza porque un músico expresa su opinión descarnada. Sin el filtro que debe tener el que promueve el pensamiento único ¿Cómo va a tener opinión propia? Y que se opone a lo pueril, a los globos de colores, y a los políticos que dicen que odian la política (claro porque: la política está muerta). ¿Cómo se atreve? Si los únicos que pueden opinar y hasta agredir son los que promueven el pensamiento único. Decir “asco” o “vecino fascista” es un horror, sin embargo decir “yegua de mierda”, “bipolar” o “la gente los quiere matar” es pro y es in, porque no desentona, porque “es lo que pensamos todos”.

En Argentina parece que nunca hubo gente de derecha, a lo sumo “centro derecha” (¿centro derecha? ¡¿Qué es eso?!) Ahora estamos cada vez más cerca que alguien diga abiertamente “soy de derecha” o “soy conservador” o “quiero a Videla”. Y eso es bueno, porque sabemos a quién tenemos en frente, y porque demuestra que las ideologías no murieron, que están más vigentes que nunca, que no todo es lo mismo, que vale la pena luchar por una sociedad mejor, porque lo mejor es posible, porque existen otras opciones.

Y para muestra sobra un ejemplo: hoy podés ir a la Exposición de la Sociedad Rural, pagar 20$ la entrada, llevar más plata para consumir y mirar las vaquitas ajenas, o podés ir a Tecnópolis, entrar gratis, aprender y conocer la ciencia de todos. Dos modelos, dos ideologías. Tomá partido.

Carlos A. Quintana

Fuente: Diario Registrado